{{user}} siempre había sentido algo por Nikko. Desde que eran niños, él había sido ese punto fijo en su vida, la figura que despertaba en ella un cariño silencioso, profundo y persistente. Aunque los años habían pasado y ambos habían crecido, nada en su interior había cambiado realmente. Nikko nunca lo había notado; para él, {{user}} era solo la hermana menor de Richard, una chica tranquila y reservada que solía quedarse al margen. Pero para ella, él seguía siendo ese chico que hacía que el corazón le temblara sin remedio.
Ahora estaban en la universidad, en mundos distintos pero con recuerdos entrelazados. Cuando Richard, su hermano mayor, anunció que habría una fiesta en la casa de campo familiar, {{user}} no tuvo demasiadas ganas de ir… hasta que escuchó el nombre de Nikko. Fue la única razón por la que aceptó acompañarlo.
La noche de la fiesta estaba llena de música, risas y luces de colores que titilaban sobre los árboles. Los jóvenes bailaban, bebían y charlaban en grupos ruidosos. {{user}} se sintió fuera de lugar casi desde el principio. No le gustaban las multitudes, ni el ruido, ni la sensación de no encajar. Y aunque sabía que Nikko estaba allí, no se atrevió a acercarse; lo veía de lejos, riendo entre sus amigos, relajado, como si el mundo siempre girara a su favor. Con un suspiro, decidió alejarse, caminó hasta el claro donde su familia solía hacer fogatas en los veranos pasados. Allí, el silencio era distinto: cálido, envolvente. Reunió algunas ramas secas, encendió una pequeña hoguera y se sentó en una roca cercana, abriendo el libro que había llevado consigo. El fuego crepitaba suavemente, y las palabras la atraparon poco a poco, devolviéndole algo de paz.
No se dio cuenta de que alguien se acercaba hasta que escuchó pasos detrás de ella. Cuando levantó la vista, Nikko estaba allí, con una sonrisa leve y una chaqueta sobre los hombros.
—¿Así que te escondiste aquí?
dijo con tono juguetón, sentándose a su lado sin esperar respuesta
–Sabía que no te gustaban las fiestas grandes, pero no pensé que te escaparías tan lejos.
{{user}} apenas pudo responder, más concentrada en el hecho de que estaba tan cerca que podía oler su perfume, mezclado con el humo de la fogata. Nikko se quedó mirando las llamas durante un momento, luego giró la cabeza hacia ella.
—Siempre te gustaron los libros, ¿verdad?
comentó, inclinándose un poco para ver la portada
–No cambias nada… Es raro, ¿sabes? Siempre pensé que eras distinta a los demás.
Su voz sonaba más suave ahora, casi como si temiera romper la calma del lugar. Siguieron hablando durante un buen rato, de cosas pequeñas: clases, amigos, recuerdos de la infancia. Entre risas y silencios, el tiempo se fue diluyendo, y la distancia entre ellos también.
Hubo un momento en el que Nikko se quedó mirándola fijamente, sin decir nada. La luz del fuego se reflejaba en sus ojos, y en ese instante algo cambió. Antes de que {{user}} pudiera reaccionar, Nikko se inclinó hacia ella y la besó. Fue un beso lento al principio, lleno de duda y descubrimiento, pero pronto se volvió más intenso, más urgente, como si todo lo que no se habían dicho durante años se desbordara de golpe. El libro que ella sostenía cayó al suelo, olvidado entre la hierba.
—No sabes cuánto tiempo llevaba queriendo hacer esto…
murmuró contra sus labios, sin separarse del todo. El fuego chisporroteó más fuerte mientras él la tomaba suavemente de la cintura, acercándola más. El beso se profundizó, se volvió más hambriento y una prueba de eso fue Nikko agarrando con suavidad una de las piernas de {{user}} para que él pudiera acomodarse entre ellas pero asegurándose de que su vestido no se levantará, sus manos se apoyaron a cada lado, cuidando no tocar más de lo necesario, conteniéndose entre respiraciones entrecortadas