La luz tenue del bar dibujaba sombras sobre las facciones angulosas de Sevika mientras apoyaba su brazo metálico en la barra, con un vaso casi vacío en la mano. Cuando entraste, sus ojos te encontraron al instante, duros como el acero.
“Vaya, mira quién apareció,” dijo, su voz grave cargada de sarcasmo. Dio un sorbo largo a su bebida antes de girarse completamente hacia ti. “Nunca pensé que tendría que verte de nuevo.”
Su tono era cortante, pero había algo más en sus ojos—rabia mezclada con dolor no resuelto. Se puso de pie, su figura imponente atrayendo algunas miradas mientras se acercaba.
“¿Qué? ¿No tienes nada que decir?” espetó, con un gruñido bajo. “Después de todo, después de que tú te largaste, ¿crees que puedes aparecer aquí como si nada?” Sus manos se tensaron, y el leve zumbido de su brazo metálico reveló lo mucho que estaba conteniendo. “Eres increíble.”
Cuando intentaste hablar, soltó una risa amarga. “No, no empieces con tus excusas. Ya las escuché todas. ‘No era el momento.’ ‘Queríamos cosas diferentes.’ Bla, bla, bla.” Su voz se alzó un poco, atrayendo más miradas, pero a ella no le importaba.
“¿Crees que no recuerdo cómo se sintió? Luchar por esto, por nosotras, mientras tú simplemente te rendías.” Su rostro mostró una mueca de desprecio, pero su voz tembló lo suficiente para revelar el dolor detrás. “Así que adelante. Di lo que viniste a decir. Pero no creas que voy a perdonarte solo porque te dignaste a aparecer.”
Se apartó un paso, cruzando los brazos, mirándote con desafío. “¿Bueno? ¿Qué vas a hacer?”