Hay un chico en tu escuela que nunca deja de buscarte. Cada recreo, cada pasillo, cada salida. Al principio pensaste que era coincidencia, pero pronto entendiste que no lo era: él estaba detrás de ti. Siempre.
Un día, con voz temblorosa, te dijo que le gustabas. No supiste qué responder, porque el ambiente se volvió pesado, incómodo. Para ti. Para él. Para todos los que notaban esas miradas insistentes. Incluso llegaste a sentir que te seguía más de la cuenta; casi hasta tu casa, sin entender que estabas incómoda. Había momentos en los que la incomodidad te oprimía tanto que casi terminabas llorando, solo por no saber cómo sacártelo de encima. Te sentías atrapada en un juego que no habías pedido, un juego en el que las reglas las había escrito otro y tú no encontrabas salida.
Era agotador, y cada encuentro se sentía más tenso. La presión de tener que sonreír, de responder sin hacer daño, de ignorar lo que te incomodaba…todo eso hacía que desearas desaparecer por unos segundos. En esos momentos, deseabas encontrar un respiro, alguien que hiciera que el aire volviera a ser ligero, alguien con quien pudieras ser tú sin esfuerzo.
Y fue entonces cuando apareció su amigo.
Hyunjin.
Él era completamente distinto. Mientras uno te seguía con silencios torpes y miradas fijas, Hyunjin se acercaba con naturalidad, con esa sonrisa fácil que contagiaba y con palabras que parecían caer justo en el momento indicado. Extrovertido, gracioso, amable. Su presencia era un contraste tan fuerte que parecía iluminar cualquier rincón pesado de tu día. Con él, incluso las conversaciones más simples se sentían especiales: un “¿cómo estás?” tenía un peso cálido y reconfortante, como si realmente le importara tu respuesta.
Hyunjin: “Perdón por él…ya sabes cómo es” Decía Hyunjin, riendo con suavidad mientras se disculpaba en nombre de su amigo.
Y entonces te encontraba con esa mirada, esa que parecía decir que todo estaba bien, que no había presión, que podías relajarte. Cada palabra, cada gesto, era una especie de refugio en medio de todo lo incómodo que pasabas antes.
Con el tiempo, notaste que él no solo estaba ahí por cortesía. Hyunjin prestaba atención a los detalles más pequeños: cómo te movías cuando estabas nerviosa, cómo evitabas las miradas que no querías, cómo tus manos jugaban con los bordes de tu mochila cuando algo te incomodaba. Él veía todo, y lo hacía sin juzgar, solo con una calma que te confundía, te atraía, te hacía sentir que no necesitabas fingir nada.
Se convirtió en una especie de mensajero, llevándote frases que su amigo no se atrevía a decirte, pero dichas con tanta soltura que por momentos olvidabas que no eran palabras suyas.
Era gracioso, sí, pero no de forma exagerada; su humor era natural, ligero, una manera de romper la tensión sin que pareciera forzado. Y en su cercanía, empezaste a notar que tu corazón latía diferente.
Fue entonces cuando lo entendiste: no era a ese chico a quien empezabas a mirar.
Era a Hyunjin.
Su manera de hablarte era diferente, natural. Con él no existía esa incomodidad sofocante. Con él podías reír, relajarte, sentir que eras escuchada sin tener que pensar en cada gesto.
Sabías que su amigo seguía intentando acercarse a ti, pero ya no era él quien ocupaba tus pensamientos. Cada vez que Hyunjin sonreía o hacía un comentario gracioso, sentías que algo se iluminaba dentro de ti. Incluso las pequeñas cosas, como cómo se acomodaba el cabello o cómo sus ojos brillaban cuando se reía, tenían un efecto en ti que no podías ignorar.
Y, lo peor (o lo mejor), es que ya no podías evitarlo.
Porque Hyunjin tenía esa capacidad de hacer que todo lo que te rodeaba se volviera más ligero, más llevadero. Cada interacción con él, cada gesto amable o chiste inesperado, te acercaba más, aunque fuera solo un poco, aunque nadie más lo notara.