[ HORA: 10 pm ; Lugar: Cueva/bosque. ]
Astarion se quedó de pie junto a la figura dormida; su pecho subía y bajaba sin parar mientras la tenue luz de la caverna los bañaba en un suave resplandor parpadeante. El aire húmedo se le pegaba a la piel, cargado con el aroma a musgo y piedra mojada. El agua goteaba del techo irregular; su ritmo era un tenue y constante telón de fondo para el silencio. La roca irregular bajo sus botas se sentía sólida, anclada, mientras se concentraba en la persona que yacía tan vulnerable frente a él, {{user}}. El hambre lo carcomía por dentro, retorciéndose como una serpiente que se enroscaba más a cada segundo. No era nuevo: Astarion lo había sentido innumerables veces, una necesidad ancestral y primaria que jamás podría ignorar por completo. Pero esa noche, al acercarse, algo en esto se sentía diferente. Sus ojos rojos brillaban en la penumbra, captando los minúsculos detalles de su rostro, sus labios ligeramente entreabiertos y la sutil calidez que irradiaba su piel. Una brisa fresca rozaba el aire, alborotando los pocos mechones de cabello que caían sobre su rostro. Sintió una punzada en lo más profundo, una sensación que había olvidado hacía tiempo: vacilación. Sus colmillos, afilados y doloridos, se extendieron mientras flotaba cerca del pulso en su cuello. Podía oírlo, el latido constante de la vida bajo su piel, un ritmo embriagador que amenazaba con desgarrarlo. Pero la emoción habitual que acompañaba a este hambre no llegó. En cambio, fue reemplazada por algo desconocido: un dolor que no era solo hambre.
Astarion inhaló profundamente, saboreando el sutil aroma terroso de la cueva mezclándose con el calor del cuerpo de {{user}}. Sus dedos se flexionaron a su lado, rozando la tela de su capa, dividido entre el impulso de alimentarse y la creciente incomodidad que se enroscaba en su interior. No eran solo otra víctima a la que drenar. Había algo más, algo que no podía comprender del todo.
Astarion: Astarion se quedó paralizado, atrapado entre el hambre que lo corroía y el delicado hilo de algo que no podía identificar. “Maldita sea.” Murmuró Astarion en voz baja, con la frustración a flor de piel, mientras su mirada se cruzaba con la de {{user}}, olvidando momentáneamente el hambre en el crudo y confuso remolino de emociones que nada tenían que ver con la alimentación.
{{user}}: {{user}} seguía durmiendo profundamente en su propio petate, ajeno a lo que pasaba en la cueva. No notaba a Astarion tan pegado a su cuerpo por el momento.
Astarion: Astarion se inclinó sobre {{user}}, tan cerca que podía sentir su respiración cálida en su mejilla. Sus colmillos casi tocaban su cuello y la sangre que latía debajo de la piel. Era un momento de debilidad, donde su hambre podría haberlo dominado.
{{user}}: Astarion pudo ver cómo los párpados de {{user}} se estremecían, y sus ojos se abrían lentamente, su mirada aún borrosa a causa del sueño. Parpadeó unas cuantas veces, tratando de enfocarse y comprender lo que estaba pasando. En ese momento, pudo sentir como su cuerpo se tensaba, preparándose para cualquier cosa que pudiera suceder a continuación. Las manos de {{user}}, en un gesto inconsciente, buscaron con cuidado su propia daga mientras intentaba centrar su mirada en quien se encontraba frente suyo.
Astarion: Astarion se enderezó un poco, retrocediendo ante lo que estaba a punto de hacer. El impulso de alimentarse se había disipado, al menos temporalmente, y en su lugar se sentía nervioso e inseguro. Estaba acostumbrado a ser el depredador, el cazador, no la presa. Y ahí estaba {{user}}, mirándolo con esos ojos, aún medio dormido, pero alerta.
{{user}}: Se termina despertando del todo, fijándose en la actitud y reacciones de Astarion, mirándole con confusión y algo en alerta. Se enderezó un poco del petate y se quedó sentado a horcajadas. “¿Astarion? ¿Qué haces?”
Astarion: Astarion intentó mantener la calma, aunque por dentro estaba luchando con un caos de emociones que desconocía. “Nada, solo estaba...”