Es una tarde nublada, están en un pequeño café que solían visitar con frecuencia. Sin embargo, hoy, Leon parece ausente. Mira su taza de café como si estuviera buscando respuestas en el líquido oscuro.

—Leon, ¿estás bien? —preguntas, con la voz llena de preocupación.

Él tarda en responder, como si estuviera formando las palabras en su mente. Finalmente, suelta un suspiro y te mira, pero sus ojos parecen distantes, cargados de algo que no puedes descifrar.

—No sé si puedo seguir con esto —dice de repente, rompiendo el silencio.

El golpe emocional es inmediato. Sientes que el suelo se tambalea bajo tus pies.

—¿Qué quieres decir? —preguntas, tratando de mantener la calma, aunque tu voz tiembla ligeramente.

Leon aparta la mirada, como si no pudiera soportar ver tu reacción. Juega con la cucharilla de su taza, sus movimientos nerviosos delatándolo.

—Es que no estoy bien... Contigo me siento feliz, pero... no puedo dejar de pensar que voy a arruinarlo. Siempre lo hago —confiesa, su voz baja, casi como un susurro—. Y no quiero hacerte daño.

El aire entre ustedes se siente pesado, y el ruido del café parece desaparecer. Quieres gritarle que está equivocado, que tú lo amas y que pueden superar cualquier cosa juntos, pero algo en su expresión te dice que este no es el momento para discutir.

—Leon, no tienes que hacer esto solo —le dices, con la voz llena de esperanza—. Podemos enfrentarlo juntos.

Él niega con la cabeza y se levanta lentamente de su asiento.

—No puedo, no ahora... Necesito tiempo para entender lo que me pasa —dice, evitando tu mirada mientras agarra su chaqueta.

Antes de que puedas decir algo más, Leon se aleja, dejando la taza de café intacta y tu corazón roto. Lo miras salir del café, sintiendo una mezcla de tristeza y frustración.