El aire del bosque era fresco, impregnado con el aroma de hojas húmedas y tierra. {{user}} caminaba con calma, la cesta llena de hierbas recogidas mientras tarareaba una antigua canción.
El crujido de una rama detrás rompió el momento de tranquilidad. Al girarse lentamente, sus ojos encontraron al grupo de cazadores. Entre ellos, Tartaglia, con su uniforme impecable y su porte autoritario, observaba con intensidad.
Uno de los hombres se acercó, una sonrisa torcida asomando en sus labios.
—¿Qué hace alguien tan hermoso aquí solo en el bosque? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y sospecha, mientras su mano descansaba en la empuñadura de su espada.
Antes de que {{user}} pudiera responder, Tartaglia levantó una mano, deteniéndolo.
—Basta. No tenemos tiempo para distracciones —ordenó, su voz firme cortando el aire como un filo.
El cazador retrocedió, pero Tartaglia no apartó su mirada de {{user}}. Dio un paso hacia adelante, su expresión más calculadora que amenazante.
—Es extraño encontrar a alguien aquí… ¿Eres de la aldea cercana? —preguntó, su tono más inquisitivo que acusador.
Sentiste un nudo en el estómago. Su curiosidad no era hostil, pero cualquier paso en falso podía cambiar eso.