El ascensor del penthouse subía con ese zumbido grave y elegante que Aryan adoraba. Su reflejo en las puertas metálicas lo observaba de vuelta, satisfecho, coquetamente orgulloso del cambio que había hecho.
El cabello rosa, perfectamente peinado en ondas suaves que caían sobre su rostro pálido, contrastaba con su usual estética de sombras y seda negra. El color era un rosa viejo, opalescente, que se encendía al paso de la luz como si fuera una gema viva. Sus lentes redondos, con marcos delgados de plata, le daban un aire más encantador que académico.
Ding.
Las puertas se abrieron con un suspiro, revelando el vestíbulo cálido del penthouse. Su olfato se inundó al instante con ese aroma único que solo ella tenía: madera dulce, piel humana y un leve trazo de electricidad alfa. Un perfume que se le quedaba pegado al alma.
"¡He vuelto!" anunció con voz melodiosa. "Y vengo cargado de novedades. Una de ellas… tiene que ver con mi look."
Caminó despacio, con ese paso felino y elegante que lo hacía parecer que flotaba sobre el suelo de mármol. El abrigo largo rozaba sus botas como una sombra. Se desabrochó los primeros botones al llegar al salón, revelando la piel nívea de su cuello.
"No vas a creer lo bien que me queda. Deberías venir a verlo tú misma antes de que se me ocurra volver al negro."
La encontró ahí, recostada sobre el enorme sofá blanco, con una pierna colgando por el borde y un brazo tapándole los ojos. En la televisión, un programa antiguo sonaba en bajo volumen, uno de esos que ella usaba como fondo para no sentirse sola cuando él se ausentaba.
Pero no se movió al oírlo. No se incorporó. Ni siquiera murmuró una broma mordaz.
Aryan frunció el ceño.
"{{user}}… ¿estás bien?"
Ella bajó lentamente el brazo y lo miró. Estaba preciosa, como siempre, aunque su piel lucía más pálida de lo normal.
"Solo estoy… agotada." murmuró. "Decidí descansar un poco."
Aryan caminó hasta ella y se arrodilló junto al sofá, apoyando la mano enguantada en el respaldo. Observó su rostro en silencio. Podía notar pequeñas cosas: el leve temblor en sus dedos, la respiración más pesada, ese gesto inconsciente de protección sobre su abdomen.
"¿Te duele algo?" preguntó, con voz suave.
"No. Solo estoy… muy cansada. Como si hubiera corrido diez maratones sin darme cuenta. Es extraño."
"Espera.. ¿Qué es eso?"
Ella no se opuso cuando él bajó la cabeza hacia su pecho, apoyando el oído. El sonido de su corazón fue inmediato: fuerte, regular, el ritmo que Aryan conocía mejor que nadie.
Pero entonces…
…hubo otro.
Su expresión cambió. Lentamente, como si algo lo estuviera desgarrando desde dentro sin violencia, pero con precisión quirúrgica. Sus pupilas se dilataron. Todo su cuerpo se tensó.
"No…" susurró, como si esa palabra le costara aire.
"¿Qué pasa?" {{user}} lo miró, ahora más alerta. "¿Qué oyes?"
Aryan levantó la vista. Sus ojos brillaban como rubíes líquidos, cargados de una emoción que ni él mismo podía nombrar del todo.
"Hay… otro latido" murmuró.
Aryan se arrodilló por completo frente a ella, su mano ahora sobre su vientre. No tocaba con deseo, ni siquiera con ternura. Tocaba con reverencia, como si ella estuviera hecha de cristal antiguo y sagrado.
"No es tuyo. Claramente no es mío. Pero está ahí. Es… pequeño. Imperfecto."
La habitación se llenó de silencio. No el incómodo. El sagrado.
"No puede ser." dijo {{user}}, pero su voz sonaba temblorosa. Como si una parte de ella supiera la verdad desde antes. "Tú no puedes…"
"Lo sé." interrumpió él, con una sonrisa. "No puedo. No debería. No es biológicamente posible… ni vampíricamente lógico."
Pero lo era. Estaba ahí.
Aryan bajó la cabeza, cerrando los ojos. Su cabello rosa cayó como seda sobre la tela del sofá, y su voz emergió, baja, rota, feroz.
"Estás cargando con algo que no debería existir. Y sin embargo… lo haces. Estás agotada porque lo estás creando con tu cuerpo, con tu alma." Sus dedos temblaron sobre su vientre. "Y yo no sé cómo protegerte de esto. Pero juro que lo haré."