Percy no solía ponerse celoso. O al menos, eso era lo que él mismo quería creer. Pero desde hacía unos días, no podía ignorar el nudo en su estómago cada vez que veía a su mejor amiga, su compañera de batallas, su todo, reírse con aquel chico nuevo del campamento. Un hijo de Hermes, según escuchó. De sonrisa fácil, de esas que irritaban sin razón aparente.
Los había visto varias veces entrenando juntos, compartiendo bromas, y cada carcajada de {{user}} le taladraba la cabeza. “Ridículo”, se decía, intentando convencerse de que no era nada. Pero esa punzada en el pecho no desaparecía.
Esa tarde, cuando vio al chico solo, no dudó. Caminó hacia él con paso firme, la mandíbula tensa y el ceño fruncido.
—¿De dónde conoces a {{user}}? —preguntó sin siquiera saludar.
El chico levantó una ceja, sorprendido, pero sonrió con una calma irritante.
—¿{{user}}? Oh... solo es una chica con la que me gusta entrenar. Me enseña el campamento desde que llegué. Relájate, bro.
Percy frunció el ceño. Ese “bro” sonó como una provocación. No eran amigos. Ni lo serían.
Dio un paso más cerca, su voz baja y firme. —De acuerdo… entonces aléjate de ella, bro.
El aire entre ambos se volvió tenso, casi eléctrico. Lo que Percy no sabía era que, a pocos metros, escondida detrás de un árbol, {{user}} lo observaba todo. Había ido a buscar al chico para seguir con el entrenamiento, pero al escuchar la voz de Percy, se detuvo.
Su nombre en su boca sonó diferente… lleno de una mezcla de enojo y algo más que no se atrevía a nombrar. Y mientras los veía enfrentarse, entendió que quizá Percy no solo estaba protegiendo a una amiga.