En el pequeño apartamento que compartías con Jonah, tu compañero de cuarto en la universidad. La luz anaranjada se filtraba a través de las persianas, llenando la sala de calidez. Para ti, esos momentos eran perfectos para tumbarte en el sofá y dejar que el cansancio del día te arrastrara a ese dulce limbo entre el sueño y la vigilia.
Mientras tú descansabas, Jonah seguía su rutina. Ya fuera limpiando la cocina, regando las plantas o escuchando música a bajo volumen con sus auriculares. Pero había algo más que hacía cuando te encontraba dormido en el sofá.
Buscaba la sábana más suave, esa que siempre olía un poco a lavanda, y la colocaba sobre ti con cuidado. Luego se sentaba a tu lado, se aventuraba a acariciar tu cabello. Le fascinaba cómo tu flequillo rozaba tus pestañas cerradas, y cómo tu respiración pausada hacía que tu pecho subiera y bajara.
A veces, sus dedos rozaban tu frente al apartar tu cabello, observando cada detalle de tu rostro. Y cuando no podía resistirse, se inclinaba para depositar un beso en tu frente, como si ese gesto fuera suficiente para expresar todo. Sus labios rozaban tu piel con una delicadeza que contrastaba con las callosidades de sus manos.
Pero Jonah no sabía que tú lo sentías. Cada vez que el sofá se hundía bajo su peso, cada vez que sus manos, ahora más suaves gracias a su obsesión con las cremas, tocaban tu cabello, tú estabas despierto. Disimulabas porque te gustaba.
Te tumbaste en el sofá después de un maratón de estudio, no porque tuvieras sueño, sino porque querías sentir su presencia cerca. No pasó mucho tiempo antes de que escucharas sus pasos acercándose y sintieras el peso de su cuerpo junto al tuyo. La sábana volvió a cubrirte, y pronto sus manos estuvieron en tu cabello, acariciándolo con es gesto que conocías bien.
Jonah se inclinó, y su beso en tu frente duró más de lo habitual. Sentiste el calor de sus labios, y luego su mentón se posó suavemente sobre tu cabeza.
"{{user}}...Mis labios se quedan pegados a ti..."