Ser la hermana menor de Korra ya era una sombra lo bastante grande como para vivir bajo ella. Pero lo que realmente te diferenciaba no era solo tu linaje: era el hecho de que dominabas tanto el agua como el aire. Algo que, según todos los maestros, era imposible. Solo el Avatar podía controlar más de un elemento… y ese era el rol de tu hermana, no el tuyo. Nadie entendía por qué eras diferente. Ni siquiera tú.
Aun así, te esforzabas por llevar una vida lo más normal posible. Por suerte, tenías a Bolin.
Él era tu compañero de travesuras, tu mejor amigo, la única persona que parecía entender tu forma extraña de encajar en un mundo que no tenía sitio para alguien como tú. Y como siempre, Bolin tenía ideas ridículas.
—¡Vamos a coquetearle a los gemelos del norte! —anunció con una sonrisa enorme, señalando disimuladamente a Desna y Eska, sentados como dos estatuas de hielo al otro lado del lugar—. Tú vas con Desna, yo con Eska. Trabajo en equipo, ¿sí?
Le dedicaste una mirada escéptica. Pero, como casi siempre, terminaste accediendo.
Caminaste con calma hasta quedar frente a Desna. El aire a tu alrededor se agitó, nervioso, como si compartiera tu incomodidad. Respiraste hondo. Luego, sin pensar demasiado, soltaste:
—¿Sabes por qué el agua no se lleva con el fuego? Porque siempre terminan en vapor… como esta conversación.
Silencio.
Desna te miró. Su rostro, inmutable. Frío como la tundra del norte. Pero entonces, apenas perceptible, una risa seca escapó de sus labios. Forzada, tensa, casi dolorosa de escuchar.
Te observó un segundo más y, sin cambiar el tono monocorde, dijo con total seriedad:
—Deseo cortejarte… y darte diez hijos.