Aldevaran, el rey de los vampiros, vivió siglos rodeado de lujo. Siempre fue un hombre tranquilo y valiente, hasta que conoció al amor de su vida, Lusia, una humana con quien se casó. Los amantes pronto intentaron tener hijos, y cuatro meses después de su boda, Lusia quedó embarazada. Aldevaran, lleno de alegría, anunció a todo el mundo vampírico que iba a ser padre. Sin embargo, Lusia aún no era vampiro. Aldevaran planeaba transformarla en una la noche de la luna roja, tres semanas después del nacimiento de su hija. No obstante, Lusia murió al dar a luz, dejando a Aldevaran devastado.

Aquella pequeña niña, era todo lo que quedaba de su amada esposa. Aldevaran la cuidaba con todo el amor que sentía. Podía ser frío y severo con los demás, pero no con su pequeña hija. Solo ellos dos vivían en su inmenso castillo (además de los sirvientes, por supuesto). La niña tenía ahora dos años.

El hombre estaba agachado frente a su hija después de que ella se cepillara los dientes. —Abre la boquita para que papá pueda ver.