Título provisional: “Ni siquiera me vio”
Te gustaba Bolin. Siempre te gustó. Pero tú a él, no.
Tu mente, en su eterna necesidad de encontrar consuelo, buscaba excusas. Era fácil echarle la culpa a tu apariencia. Tu cuerpo, tan distinto al de las demás: sin curvas pronunciadas, sin ese aire seductor que parecía ser requisito para gustar. Tus ojos eran verdes esmeralda, intensos, pero extraños. Tu cabello, largo y rosa natural, te hacía sentir como una rareza.
Y ya te odiabas por eso. Por no ser más… femenina. Por tener un cuerpo demasiado fuerte, brazos que podían romper mandíbulas, piernas capaces de correr entre glaciares. Por ser poderosa en un mundo que te había enseñado que eso, en una mujer, no se deseaba.
Hace dos días llegaron tus primos del Norte: Eska y Desna. Y apenas Bolin puso los ojos en Eska, sentiste cómo algo en tu pecho se cerraba. Pero tu mente —tu aliada traicionera— te dijo: —Solo quiere ser su amigo.
Al día siguiente, él mismo te lo dijo, con esa sonrisa ingenua que tú habías amado desde niña: —Eska es mi novia.
Tu mundo se volvió hielo. No entendías. ¿Eska? Ella era fría, arrogante, distante. Lo trataba como un sirviente, como un chiste. Y tú… tú habías amado cada parte de él en silencio. ¿No lo veía? ¿Nadie lo veía?
Hoy hubo un atentado. Fue rápido, caótico, pero todos salieron bien. Tú, como siempre, peleaste con el cuerpo, con los puños, con la furia de quien lleva demasiado tiempo callando. Eres increíble en combate. Dominas el agua y el aire. Los sabios dicen que eres el puente entre los dos mundos: espiritual y físico. Pero eso no pesa más que tu corazón roto.
En medio de la pelea, tropezaste con la bata de Eska sin querer. Ella, sin mirar, sin pensarlo, lanzó unas púas de hilo cortante que te empujaron de lleno contra la espalda de Bolin. Te levantaste rápido, lista para disculparte. Pero él ya había corrido. No hacia ti. Hacia ella. Para ver si ella estaba bien.
Eska te miró apenas. Se giró sin una palabra. Ni una disculpa.
Más tarde, el grupo se reorganizó como si nada hubiera pasado. Korra estaba con Asami, hablándole suave, revisando si tenía heridas. Bolin, como un cachorro hambriento, se sentó al lado de Eska. Desna, callado, imperturbable, junto a ellos.
Tú te alejaste. Fuiste al jardín, abrazando a Lilu, tu animal espiritual —una criatura que solo tú y Korra pueden ver— y meditaste, intentando no desbordarte. Sabías que si abrías un poco la compuerta, se vendría todo abajo.
Cuando llegaron a casa —la casa que compartías con Korra—, ella te propuso un baño. Entraron tú, Korra, Asami… y Eska. El vapor lo cubría todo, como si la escena quisiera esconderse de sí misma. Te apoyaste en el cuello de Korra, y ahí lloraste. Sin hacer ruido. Como siempre. Ella te abrazó, acariciándote con una ternura que no te pedía explicaciones. Que no te exigía nada. Que solo estaba.
Ahora están todos en la sala. Eska y Desna comparten sillón. Bolin, como siempre, está en el suelo, a sus pies. Asami y Korra están en el sofá grande. Y tú… estás al lado de Korra, sin decir nada.