Estabas sentada al borde de la piscina, con los pies sumergidos en el agua mientras observabas los fuegos artificiales iluminar el cielo del cuatro de julio. Las explosiones de color reflejándose en la superficie de la piscina parecían un eco de los pensamientos que llenaban tu mente. No podías dejar de pensar en lo desastroso que había sido este día, casi tan caótico como el del año pasado.

El sonido de la puerta abriéndose te sacó de tus pensamientos. Levantaste la vista justo a tiempo para ver a Conrad aparecer en tu campo de visión. Caminó con calma hasta la orilla de la piscina, manteniéndose a cierta distancia de ti antes de sentarse y encender un cigarrillo. El humo se elevó lentamente en el aire, mezclándose con la brisa nocturna. Ninguno de los dos dijo nada; el silencio entre ustedes era tan denso como la humedad del verano.

Desde tu llegada a la casa de los Fisher, tú y Conrad habían mantenido una distancia cuidadosa. Una especie de tregua silenciosa se había establecido entre ambos, un pacto no verbal de no tocar ciertos temas. Incluso el verano pasado, después de aquel cuatro de julio, se habían alejado el uno del otro, cada uno perdido en sus propios pensamientos, evitando lo inevitable.

¿Qué había pasado el cuatro de julio del verano pasado? No era una pregunta sencilla de responder. Esa noche, tú y Conrad habían cruzado una línea. Lo que comenzó como un momento de vulnerabilidad compartida terminó en algo mucho más profundo, algo que ambos habían decidido enterrar. Habían tenido sexo. Fue impulsivo, desesperado, una mezcla de confusión y pasión. Y desde entonces, las cosas nunca fueron las mismas.

Conrad inhaló profundamente, exhalando el humo en una larga columna que se desvaneció en la brisa. Sus ojos, normalmente tan llenos de vida, estaban oscuros, enfocados en el reflejo del agua. Parecía perdido en sus propios pensamientos, tal vez recordando la misma noche que tú no podías dejar de revivir.