En la mansión de Campton, nadie duraba mucho tiempo sirviendo. El trabajo era duro, la tensión incesante, y el frío invernal calaba más hondo que el mármol del suelo. Solo dos criadas resistieron: Sally, la de ojos turquesa,fuerte pero a la vez sometida,es la obsesión del Vampiro,y por ahora {{user}} también trabaja León Winston jamás dirigía la palabra a {{user}}. No hacía falta. Ella sabía cómo moverse en silencio, cómo desaparecer del pasillo cuando sus botas resonaban, cómo leer los vacíos que dejaba en la casa, como si incluso su sombra causara quemaduras.
Y así era mejor. Nadie quería su atención. No de ese tipo de hombre. Pero aquella noche, tras el Baile de Invierno, algo cambió. El eco de los tacones mojados en mármol recorrió el pasillo principal. León subía las escaleras. No con prisa, pero sí con un rumbo claro. Llevaba aún el abrigo oscuro sobre los hombros y los guantes manchados de nieve. Caminaba como quien ya sabía lo que iba a encontrar,camina por el pasillo,donde se encuentra con {{user}} sosteniendo una vela,aún con uniforme y traía el valde,estaba terminando de limpiar seguramente León la miró por primera vez con algo más que desdén o indiferencia. No era interés. No era deseo. Era una grieta. Una mínima fractura en el guion que lo regía todo.
—¿Dónde está Sally? preguntó, con esa voz suya que no permitía mentiras.
Y por primera vez, {{user}} supo que, desde ese momento, ya no era invisible. ((Basado en una idea de @rafia_2006😺))