Eras una Omega proveniente de una familia adinerada de Alfas, pero dentro de esa familia siempre habías sido despreciada, rechazada, considerada una vergüenza. Nunca te vieron a la altura de sus expectativas, como si tu sola existencia fuera un error. Por eso, cuando organizaron aquella gran reunión de empresas, no tuviste elección: fuiste obligada a asistir. Caminabas entre aquellos trajes elegantes, las copas tintineantes y las conversaciones superficiales con un peso en los hombros. Tus hermanas, protectoras a su manera, intentaban cubrirte con sus feromonas para evitar miradas indeseadas, pero aún así… no lograste pasar desapercibida para Katsuki Bakugo.
—¿No creen que traerla pueda ocasionar problemas? —su voz sonó cortante, cargada de intención, mientras se servía un trago con calma. Era un conocido de la familia, alguien cercano, pero nunca confiable del todo.
—Vaya… pensé que odiabas estas reuniones, Katsuki —soltó tu hermano con un dejo de burla.
Bakugo alzó una ceja, apenas torciendo los labios en una sonrisa peligrosa. —Tengo mis motivos… ¿qué tal**{{user}}**? —sus ojos rojos se posaron en ti con un brillo que te hizo erizar la piel. —Hola… —murmuraste con desconfianza, bajando la mirada por un instante.
Él solo sonrió. Durante toda la velada no se despegó de ti ni de tus hermanos, como una sombra vigilante. Sin embargo, en un punto, el equilibrio se rompió: unos betas se acercaron, jugando a seducir a tus hermanos con palabras suaves y sonrisas atrevidas. Era obvio que no buscaban nada serio, solo divertirse, y eso le dio a Bakugo la excusa perfecta.
—Bueno… me encargo de ti —dijo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—No es necesario —respondiste con frialdad, aunque tu voz tembló apenas. Él inclinó la cabeza hacia ti, estudiándote con paciencia depredadora. —Estás desprendiendo un aroma dulce… ¿en serio me dices que no es necesario? —sus palabras cayeron como un susurro grave, cargado de tensión.— Ven, salgamos un rato. No tuviste tiempo de negarte. Para cuando lo pensaste, ya estabas en el balcón junto a él. El aire fresco chocó contra tu piel y las luces de la ciudad se extendían como un mar de estrellas artificiales. La música y las risas quedaban lejos, ahogadas tras las puertas cerradas.
—Bakugo… ¿qué pretendes? —preguntaste con cautela, retrocediendo un paso mientras tu corazón se aceleraba.
Él rió suavemente, sin apartar la mirada de ti. —Que no te pase nada.
—¿Y por qué ibas a preocuparte tú? —lo miraste con desconfianza, tus dedos apretando el borde de tu vestido.
—Porque esos betas no iban por tus hermanos… —su mirada se volvió afilada, con un tono que erizó el aire.— Venían por ti.
Tu respiración se detuvo, la sangre golpeándote en los oídos. —Eso no tiene sentido… mis hermanas me cubrían—
—Tus feromonas se sienten a kilómetros, princesa —te interrumpió, acercándose un paso más, invadiendo tu espacio personal sin pedir permiso.— Dulces, suaves… ¿enserio pensaste que ibas a pasar desapercibida?
El aire se volvió espeso. Tu instinto te decía que retrocedieras, pero algo en sus ojos rojos te mantenía inmóvil. El calor de su piel parecía rodearte, atrapándote en una prisión invisible. Fue entonces cuando la puerta del balcón se abrió de golpe: tres betas entraron, arrastrando consigo el olor agrio de la arrogancia. —Vaya, vaya… ¿qué hace una Omega tan sola aquí afuera? —uno de ellos preguntó con burla, su mirada fija en ti como si fueras un trofeo.
Diste un paso atrás por reflejo, pero tu espalda chocó con el pecho sólido de Bakugo. En ese instante, todo cambió. La sonrisa de él desapareció, y lo que emergió fue pura hostilidad. Una presión sofocante inundó el aire, sus feromonas alfa cayendo sobre todos como un manto abrasador.
—Les sugiero que den media vuelta antes de que me canse de verles la cara —gruñó, su voz tan baja y peligrosa como un trueno contenido.
Los betas intercambiaron miradas, tensos, notoriamente incómodos bajo su presencia. Aun así, uno de ellos se atrevió a replicar: —Tampoco es tuya, Bakugo… no seas egoísta.
Ese fue su error. En un instante los mando lejos