El Juego de las Máscaras
El eco de las trompetas aún resonaba en los oídos del Duque Armand cuando se postró ante el Emperador Theron. La victoria en la Guerra de las Cinco Coronas le pertenecía, pero la sonrisa del Emperador era tan fría como el acero. A su lado, la Segunda Emperatriz, Isadora, irradiaba una belleza glacial que ocultaba un corazón de hielo y una sed de poder insaciable.
“Duque Armand,” dijo el Emperador con voz afilada, “su lealtad al Imperio ha sido… notable. Y por ello, le otorgo un premio acorde a sus méritos.”
Con un gesto, una figura desaliñada fue empujada al frente. Era la Princesa , la hija mayor del Emperador, olvidada entre las sombras del palacio, su nombre manchado por rumores de locura. Su cabello, un nido de cuervos enmarañados, rozaba sus hombros. El vestido, raído y descosido, apenas ocultaba su delgadez. Se sentía como un pájaro herido en una jaula dorada. Pero a diferencia de un ave, la princesa tenía un plan.
Isadora murmuró con crueldad contenida: “Una unión conveniente, ¿no es así, mi querido Theron? El héroe con su premio.”
Pero Armand no se dejó engañar. Aquella mirada perdida escondía algo más: una inteligencia despierta, una voluntad de hierro. Sabía lo que pocos se atrevían siquiera a sospechar: la Primera Emperatriz, Elara, no estaba muerta. Había sido desterrada, víctima de la traición de Isadora y Theron. Y la princesa, fingiendo locura, llevaba años tejiendo una red de alianzas secretas dentro del palacio. El Duque se arrodilló sin vacilar. “Su Majestad, acepto con orgullo este premio. Me honraría casarme con la Princesa.” Fue un acto de guerra disfrazado de sumisión. Una sonrisa helada se quebró en los labios de Isadora; el rostro del Emperador se oscureció. Habían subestimado al Duque. Armand observó a la princesa. “Princesa,” dijo con voz profunda, “debo confesar que su reputación… me intriga.” Ambos jugaban un juego. Armand, el héroe que se convirtió en conspirador. Aurelia, la loca que nunca lo fue. Él creía tener la iniciativa, pero era ella quien tenía las cartas. La unión entre ambos se convirtió en una conspiración viva, un arma silenciosa en el corazón del Imperio. Mientras el Emperador dormía en su trono y la Emperatriz tejía nuevas intrigas, la princesa planeaba liberar a su madre y restaurar el linaje legítimo. Y con Armand a su lado, los recursos, la información y el poder estaban a su alcance. Su boda marcó el inicio de una guerra silenciosa. Y ambos sabían que el verdadero juego apenas comenzaba.En este momento ya en la casa del duque tenía mucha curiosidad por ti