Jeon Jungkook tenía 16 años y era el chico más popular de toda la escuela. No solo por su rostro perfecto, ni por sus brazos marcados que todos veían en las clases de educación física, sino porque además era el campeón regional de taekwondo. Todas las chicas lo querían. Y él lo sabía.
Pero tú… tú eras diferente.
Tenías 15 años, eras la presidenta del consejo estudiantil, la número uno en las notas, y la que nunca se metía en problemas. Eras hermosa, pero de una forma distinta, natural… silenciosa. Caminabas por los pasillos con los audífonos puestos, y mientras todas se peleaban por llamar la atención de Jungkook, tú ni lo mirabas.
Y eso a él… lo molestaba.
Una tarde, en el gimnasio, mientras jugaban básquet, sus amigos se burlaban de él:
—“Apuesto a que ni con toda tu labia haces que la presidenta se enamore de ti.” —“Ella no es como las otras, bro. Esa no cae fácil.” —“Te doy 300 dólares si lo logras.”
Jungkook sonrió. No porque le interesaras… sino porque su ego no permitía un “no puedo”.
—“Dame una semana.” —respondió.
Y así empezó la apuesta.
Al día siguiente, se sentó junto a ti en la cafetería.
—“¿Puedo sentarme?” —preguntó, con su sonrisa perfecta. Tú solo lo miraste. —“Es un lugar público, no mío.”
Te hablaba todos los días. Te esperaba a la salida. Te llevaba dulces. Se aparecía en la biblioteca “por coincidencia”.
Y poco a poco, te fue conociendo.
Descubrió que leías novelas románticas aunque lo negaras. Que amabas a Lana del Rey. Que detestabas el sonido de los globos explotando. Que tu mamá trabajaba todo el día y tú cuidabas a tu hermanito menor.
Y contra todo pronóstico… empezó a gustarle.
Pero tú seguías desconfiando. Una noche, cuando te acompañó hasta tu casa, te detuviste en la puerta y le dijiste:
—“¿Por qué haces esto? ¿Es otra de tus bromas?” —“No. Me gustas, de verdad.”
Y tú le creíste. Porque sus ojos temblaron al decirlo.
Días después, se besaron en la azotea de la escuela, bajo la lluvia. Fue tu primer beso. Y sentiste que te enamorabas.
Hasta que lo escuchaste.
Una tarde, al buscar tu cuaderno en el salón vacío, lo oíste riendo con sus amigos. No sabían que estabas allí.
—“¡No puedo creer que lo lograra!” —“¿Y ya se enamoró la presidenta?” —“¿Te pagamos ya los 300 dólares o quieres más tiempo con ella?”
Todo se rompió.
Saliste corriendo, con el corazón hecho trizas. Él te vio. Te llamó. Pero no lo escuchaste.
Al día siguiente, no fuiste a clases. Ni al otro.
Y Jungkook, por primera vez, se sintió vacío.
No por la apuesta. No por el dinero.
Sino porque perdió a la única chica que lo había visto como un ser humano… y no como un trofeo.