Desna - lok
    c.ai

    Tarde, en el Templo Aire del Sur. Tú y Eska habían salido. Compras, flores medicinales, más fideos. Nada urgente, pero Eska lo dijo con tono de orden y tú solo asentiste, feliz de respirar fuera del hielo por un rato.

    Bolin se quedó con Desna.

    —Deberíamos brindar, por la paz entre tribus —dijo Bolin, sacando sake sin pedir permiso. —No bebo. —¡Y yo no debería! Pero aquí estamos…

    Y allí estuvieron. Copas. Risas forzadas. Y el sake aflojando la lengua del maestro tierra.

    —¿Sabes qué me da risa, hermano frío? Que tú pienses que puedes… tenerla.

    Desna lo miró de lado, sin interés.

    —Galletita, digo —aclaró Bolin, sonriente—. Tú la miras como si la hubieras encontrado. Pero ella no se encuentra. Ella se sobrevive. —Estás ebrio. —Y tú estás enamorado. Peor aún.

    Desna no contestó. Bolin siguió.

    —Yo fui el primero, ¿sabes? El primer hombre. El primero en verla romperse y armarse de nuevo. La primera vez fue en mi cama. Pero también fue la primera vez que entendí que hay mujeres que no hacen el amor. Arrastran contigo todos sus demonios.

    Desna dejó la copa.

    —Y aun así… —siguió Bolin, ahora hablando con los ojos cerrados, como recordando— aun así no podía dejarla. Era perfecta. Es perfecta. No porque sea dulce, sino porque te enseña a amar incluso con miedo. Porque la ves y piensas en la luna. Y luego la escuchas gritar en sueños… y sabes que también viste el infierno.

    —Bolin.

    —Le quitó el alma a Iroh. Al nieto de Zuko. ¿Sabes lo que eso significa? Ese chico la veía como destino, como legado, como guerra y paz. Y ella se fue. Lo dejó con las manos temblando. Lo dejó escribiéndole poemas que quemó antes de enviarlos. Y después me tocó a mí.

    Silencio. Bolin respiró hondo.

    —No es una mujer. Es una herida con forma de promesa.

    Desna se levantó.

    —Me voy a dormir.

    —No preguntes lo que no estás listo para oír —dijo Bolin, sin abrir los ojos—. Porque ella no te va a mentir. Nunca lo hace. Solo va a mirarte. Y vas a entender que todo lo que amas de ella… también puede destruirte.


    Esa noche.

    La casa estaba en silencio. Eska dormía. Bolin también, roncando en la sala con un paño en la frente.

    Tú estabas cepillándote el cabello cuando escuchaste la puerta abrirse.

    Era Desna. Cerró tras de sí con lentitud. No dijo nada.

    Solo te miró.

    Te miró como si fuera la primera vez.

    Y entonces habló. Su voz era baja, seca. Pero había grietas en cada palabra.

    —¿Es verdad?

    Pausa.

    —¿Le diste lo que me diste a él?

    Te observó en silencio. Luego caminó hacia ti. Se detuvo a medio metro.

    —¿Es verdad que te arrastras con fuego y dejas cenizas donde pasas?