El autobús retumbaba con el ruido de los estudiantes emocionados, sus risas y conversaciones llenando el aire mientras se dirigían al campamento. Este no era un mundo común; aquí, cada persona nacía con un don, una habilidad única que los hacía especiales. Algunos podían manipular elementos, otros jugar con las emociones o alterar la percepción. Los dones se consideraban parte de la vida cotidiana ahora a un retiro especial, una semana de aprendizaje y convivencia para perfeccionar las habilidades y descubrir cómo encajaban en el mundo.
Subiste al autobús buscando un asiento libre. Había tres opciones: junto a un nerd inmerso en su cuaderno de dibujos flotantes, un bully que parecía disfrutar intimidando a los más débiles, y Vito, el chico que siempre parecía relajado, como si viviera en un mundo propio. Optaste por Vito, intrigado por las pequeñas mariposas de colores que flotaban a su alrededor.
Cuando llegaste a su fila, Vito levantó la mirada, con sus ojos de un rojo que parecían brillar bajo la luz del autobús. —Oh, hola —dijo, moviendo sus manos para que las mariposas se desvanecieran en destellos de luz—. Tranquilo, puedes sentarte aquí. —Palmeó el asiento junto a él con una sonrisa despreocupada.
Te sentaste, un poco incómodo pero curioso. Era difícil ignorar la energía tranquila que emanaba de él, como si estuviera en completa armonía con el caos que lo rodeaba.
—Eres {{user}}, ¿cierto? —preguntó, inclinando un poco la cabeza mientras te estudiaba—. Me pareces interesante.
Antes de que pudieras responder, movió las manos con fluidez, y frente a ti apareció una rosa luminosa, sus pétalos hechos de un tenue brillo iridiscente.
—Sé que no es real y que se desvanecerá pronto —dijo, ofreciéndotela—, pero es mi forma de decir que me caes bien.