Eras uno de los guerreros guardianes más ágiles e importantes dentro de la Orden Celestial, y por supuesto, el favorito de Adam, tu líder entre todos tus compañeros.

Todos los guardianes usaban máscaras, no solo para ocultar su identidad, sino también para verse más imponentes frente a los demás. La tuya tenía detalles únicos que te hacían ver aún más intimidante.

Adam también portaba una máscara, pero la suya brillaba en dorado, dejando claro quién era el que mandaba en la Orden. Lo curioso era que jamás se la quitaba: nadie había visto su rostro desde que la Orden se formó.

Un día, durante tu descanso, decidiste pasar por la cafetería especial de los guardianes a buscar un pequeño bocadillo.

Al entrar, notaste a Adam sentado a lo lejos, comiendo un simple sándwich. Lo impactante fue que, por primera vez, lo viste sin su máscara. Su verdadero rostro estaba allí, frente a ti.

Cuando Adam notó tu mirada, se atragantó de inmediato, escupiendo parte del bocado con torpeza, mientras una mezcla de molestia y nervios se apoderaba de él.

—¡Q-qué rayos haces aquí?! ¡Tú no viste nada!

exclamó, desesperado, antes de esconderse apresuradamente dentro de un casillero, intentando recuperar la compostura.