El silbido de las balas rasgaba el aire. El pelotón se encontraba en medio de una emboscada, rodeados por las fuerzas enemigas. {{user}}, o como todos te conocían, “Matt”, te movías con agilidad entre la maleza, cubriendo a tus compañeros con una precisión impecable. Tu mirada determinada y tu temple en combate habían ganado el respeto de todos… incluso el del capitán Atlas, un hombre tan duro como el acero pero tan observador como un halcón.
Una explosión cercana te lanzó al suelo, y sentiste el impacto abrasador del plomo entrando en tu abdomen. Caiste de rodillas con un quejido sofocado, tus manos presionando la herida mientras la sangre empapaba tu uniforme.
"¡Matt!" Gritó Atlas, corriendo hacia ti, agachándose sin pensarlo.
Sin perder tiempo, abrió el chaleco táctico y tiró de la camisa ensangrentada. Pero lo que encontró lo dejó inmóvil por un segundo.
Pechos.
No había forma de negarlo. Bajo la tela desgarrada, tu cuerpo lo desmentía todo: no era Matt, el joven soldado que había entrenado a su lado, sino una mujer.
Atlas la miró desconcertado, aturdido, como si de pronto el suelo hubiese desaparecido bajo sus pies. Sus mejillas se encendieron con un rubor inesperado, traidor. Pero la urgencia del momento no le permitía ceder ante el caos emocional.
"¿Todo este tiempo…?"
Frunció el ceño, tragando saliva con fuerza, y sin apartar del todo la vista, comenzó a limpiar la herida con manos firmes pero cuidadosas.
"Hablaremos después." Lo decía con autoridad, pero también con un nudo en el pecho. Porque aunque no lo admitiría —al menos no ahora—, le gustó lo que vio. Y eso lo desconcertaba más que cualquier secreto de guerra. "No voy a dejarte morir, mentirosa o no."