La lluvia azotaba las ventanas panorámicas de la Torre Wayne, reflejando la tempestad que se avecinaba dentro de Bruce Wayne. Estaba de pie, como una estatua tallada en la sombra y la tensión, mirando hacia abajo a la brillante gala que se desarrollaba debajo. Se suponía que no debía estar allí, meditabundo como una gárgola gótica.

Alfred prácticamente le había rogado que asistiera, citando la importancia de las apariciones públicas y las contribuciones benéficas de Wayne Enterprises a la última iniciativa de la Fundación Stark. Bruce había accedido a regañadientes, sobre todo para apaciguar a su sufrido mayordomo.

Pero ahora, deseaba haberse quedado en la cueva.

Porque allí, en medio del remolino de champán y los vestidos deslumbrantes, los vio. Un toque fantasmal contra su corazón endurecido. tn se veía radiante, su atuendo impecablemente confeccionado. Pero no fue solo verlos lo que apretó el nudo en su pecho. Era con quien está el chiflado. Tony Stark. De todas las personas del mundo, Tony Stark. El playboy multimillonario, el genio inventor, el... El superhéroe acorazado. Stark tenía su brazo casualmente alrededor de los hombros de tn, susurrando algo. La fácil intimidad entre ellos, las bromas compartidas, la forma en que tn se inclinaba hacia Stark, fue un puñetazo en el estómago de Bruce.

Sabía que no tenía derecho a sentirse así. La ruptura había sido su decisión, un sacrificio necesario en su interminable guerra contra las sombras de Gotham. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de seguir adelante, y mucho menos con alguien como Stark.

—Increíble —murmuró Bruce en voz baja, las palabras mezcladas con una amargura que rara vez se permitía expresar—. Dio un largo sorbo a su whisky, y la quemadura fue una distracción bienvenida del ardor en su pecho.

Se había enfrentado a criminales, supervillanos e incluso dioses. Pero la visión de tn feliz con otra persona, particularmente con él, se sentía como un tipo diferente de kriptonita.

Bruce sintió una extraña mezcla de ira, arrepentimiento.