Gamma Jack se sentía agotado. De las cámaras, de los gritos, de las manos que lo tocaban como si fuese un objeto valioso. Todos lo adoraban, pero ninguno lo miraba realmente.
Ese día, él se buscó un refugio en un centro comercial. Quería pasar desapercibido, aunque eso era imposible. Firmas, selfies, sonrisas falsas. Hasta que llegó a la zona de comida.
Y ahí estabas tú. Vistiendo un uniforme modesto, con una voz serena.
—¿Qué desea? —preguntaste, sin mostrar emoción falsa.
Él levantó la mirada. No había resplandor en tus ojos por admiración. Solo una tranquilidad que lo desarmó por completo.
—Un café… —dijo en voz baja—. Grande. Sin azúcar.
—Voy enseguida. —Y no añadiste nada más.
Por primera vez en muchos años, no era “Gamma Jack”. Era solo un hombre esperando su bebida.
Cuando le pasaste el vaso, tus dedos se tocaron con los suyos. Un roce tan sutil, pero tan humano, que despertó algo en su interior.
—¿No vas a pedirme que posemos para una foto? —bromeó, intentando sonar ligero.
—No me gusta tomar fotos con desconocidos —respondiste, con una pequeña sonrisa.
Él se quedó en silencio un momento. Luego, se rió. Una risa genuina, poco común en él.
—Entonces, ¿puedo invitarte a un café cuando termines tu turno?
Tú lo miraste, intrigado.
—¿El héroe más famoso del país quiere salir conmigo?
—No soy el héroe —dijo, bajando la voz—. Solo soy Jack.
Y en ese instante, entre el bullicio del centro comercial y el olor del café, comprendiste que detrás del héroe, había un hombre que solo anhelaba lo mismo que todos: que alguien lo eligiera… sin capa, sin poder, sin reconocimiento. Simplemente por ser él.