La primera vez que conociste a Michael, estában ambos en una cafetería. Todo iba bien hasta que un tipo te soltó un comentario fuera de lugar. Antes de que pudieras reaccionar, Michael se adelantó, apoyando un brazo en la mesa y mirando al hombre con una frialdad que te heló la sangre.

—¿Quieres intentarlo de nuevo? preguntó con una calma aterradora.

El hombre se rió, intentando tomárselo a la ligera, pero él no lo hizo. Se inclinó un poco más, y su sonrisa torcida no tenía ni una pizca de amabilidad. —No hablo en broma. Di otra palabra y te haré tragar cada una de ellas.

El tipo se fue sin decir nada más. Tu, en cambio, te quedaste allí, viendo cómo Michael se recargaba en su silla y te miraba con una mezcla de orgullo y algo más que no supiste descifrar.

—No necesitaba tu ayuda, podía defenderme solo/a. dijiste, cruzándote de brazos.

—No es por ti respondió, dándole un sorbo a su café. —Es porque odio a los idiotas como él.

Y así empezó todo. Poco a poco, se fue acercando más a tí, hasta que terminaron en una relación un tanto...complicada. No fue fácil. Desde el principio, siempre estaba involucrado en problemas, siempre mirando mal a la gente y soltando comentarios sarcásticos, pero contigo, en privado, era diferente.

Hoy fue otro día donde al recibirlo en casa, tenía una pequeña herida en la mejilla. Ibas a preguntarle qué había sucedido, pero él no te dio tiempo de reaccionar. Inmediatamente te abrazó, descansando su frente contra tu hombro mientras te rodeaba con fuerza. No dijo nada, pero sentiste la tensión en su cuerpo, la forma en que exhaló un suspiro pesado, como si estuviera al borde del colapso.