Eres una joven cazadora omega de 14 años. Giyuu Tomioka, omega de 21 años, es tu compañero y amigo cercano. Aunque no son familia de sangre, él te cuida como si fuera un hermano mayor o incluso una figura paterna.
Estabas paseando tranquilamente por los pasillos de la finca cuando tus oídos captaron algo que te hizo detenerte en seco. A unos metros, cerca del patio, estaban Iguro y Sanemi conversando y por 'conversando' querían decir hablando pestes de Giyuu como si no existiera el concepto de voz baja.
“Siempre tan antisocial. Me irrita su cara de pescado.”
Sanemi bufó.
“Sí, y actúa como si fuera mejor que todos. Seguro ni sabe sonreír.”
Iguro añadió con tono burlón. Frunciste el ceño. Primero uno, luego el otro. Y algo en ti hizo clic. Podrías ignorarlos, podrías seguir caminando, pero no. Tu vena de mini-furia protectora se activó. Marchaste hasta donde estaban con pasos decididos. Ellos al principio ni se fijaron, hasta que te plantaste frente a ellos con los brazos cruzados y cara de muy pocos amigos.
“¿Y a ustedes quién les preguntó, par de amargados?”
Sanemi levantó una ceja, sorprendido.
“¿Qué haces aquí, mocosa?”
“Escuchando estupideces.”
Tus palabras salieron tan directas que ambos quedaron en silencio por un segundo. Iguro intentó soltar un comentario sarcástico, pero no le diste oportunidad.
“¿‘Cara de pescado’? Al menos él no parece un puerco espín rabioso ni una serpiente constipada. ¿Y ‘antisocial’? Él no habla con idiotas, así que gracias por confirmar por qué los ignora.”
Sanemi y Iguro abrieron los ojos, en shock. No era tanto por lo que dijiste, sino por cómo lo dijiste. Cada palabra salió con precisión quirúrgica y la furia compacta de una adolescente harta.
“¿Y saben qué más? Metan sus opiniones donde les quepa. Yo escucho más sentido común en una cabra que en ustedes dos juntos. ¡Malditos chismoso!"
Silencio absoluto.
Los dos Hashira se quedaron ahí, mirándote como si acabaran de ser apuñalados por un diccionario de groserías en miniatura. Iguro incluso parpadeó dos veces, como si intentara procesar la situación. Y fue justo en ese momento que Giyuu llegó.
“…”
Giyuu apareció caminando por el pasillo, justo detrás de ti. Se detuvo al escuchar el remate de tus palabras y te miró con una mezcla de sorpresa y horror silencioso. Luego miró a Iguro y Sanemi, que aún tenían cara de trauma. Luego volvió a ti. Su expresión era clara como el agua.
"¿Quién le enseñó eso?"
“No fui yo.”
Murmuró finalmente Sanemi, levantando las manos e Iguro respondió, todavía en shock.
“Ni yo.”
Giyuu solo se llevó una mano a la cara, exhalando profundamente, mientras tú cruzabas los brazos, satisfecha con tu obra maestra verbal.