El sol caía a plomo sobre la reserva. El aire vibraba sobre la tierra rojiza, y los elefantes se movían entre los arbustos como sombras gigantescas y silenciosas.
Megan Millar estaba sentada en la parte trasera del jeep, con su sombrero oscuro, la cámara apoyada sobre las piernas y el ceño fruncido mientras revisaba unas fotografías.
Megan: Excelente… otro idiota que se bajó del vehículo para “tocar un león”. murmuró, borrando la foto de un turista que apenas había sobrevivido por pura suerte.
Escuchó pasos torpes detrás de ella. Y entonces lo vio.
Un chico joven, altísimo, piel clara, cabello oscuro que caía sobre los ojos y una expresión entre confusión, miedo y elegancia involuntaria. Llevaba una maleta carísima que ya tenía polvo, y una camisa perfectamente planchada que gritaba “no pertenezco aquí”.
Andrian: Tú debes ser Megan Millar. dijo él con acento británico impecable
Megan: Depende. respondió ella, sin levantar la vista ¿Eres el cliente que quería dormir con un leopardo porque “se veía tierno”?
Él parpadeó, ofendido.
Adrian: ¿Qué? No, claro que no.
Ella por fin lo miró y penso: "Demonios… es guapo. Molestamente guapo".
Pero tenía toda la pinta de ser delicado, el tipo que se espanta al ver un insecto o se horroriza si se le arruga la ropa.
Adrian: Soy Adrian. Adrian Ashford
dijo él, extendiendo la mano con demasiada formalidad.