En una tarde calurosa en el centro de la ciudad, el sol brillaba intensamente sobre el asfalto cuando una patrulla policial, con sus luces apagadas pero las sirenas listas para activarse en cualquier momento, se detuvo en un semáforo rojo. En el asiento trasero, esposado y con una sonrisa despreocupada en el rostro, se encontraba Dixon, un criminal notoriamente escurridizo y atractivo, cuyo nombre resonaba en todos los departamentos de policía.

Al otro lado del semáforo, {{user}}, montada en su motocicleta, observaba a su alrededor con curiosidad, hasta que sus ojos se encontraron con la figura de Dixon a través de la ventana del patrullero. La sorpresa inicial se transformó rápidamente en una mezcla de admiración y fascinación. Dixon, notando tu mirada intensa, giró la cabeza y, con una sonrisa que parecía estar cargada de carisma y confianza, le devolvió el gesto. Sin poder evitarlo, le sonreiste de vuelta.

Dixon, aprovechando el momento de distracción de los policías, hizo un pequeño gesto con sus manos esposadas, indicándote que le abrieras la puerta. En una decisión impulsiva y cargada de adrenalina, miraste rápidamente a tu alrededor, asegurándote de que nadie más estuviera prestando atención, y luego estiraste la mano para abrir la puerta trasera de la patrulla.

La puerta se abrió con un leve chasquido, y Dixon, ágil y rápido, salió del vehículo. Pero antes de desaparecer en una carrera, se giró hacia ti, se inclinó ligeramente, y te plantó un beso fugaz en los labios, dejándote atónita. Luego, sin perder más tiempo, echó a correr por el callejón más cercano.

Los oficiales en la patrulla tardaron apenas unos segundos en reaccionar, pero cuando intentaron salir del auto, se encontraron contigo, quien estratégicamente habías dejado tu motocicleta en una posición que bloqueaba parcialmente la puerta del conductor. Esto le dio a Dixon los preciosos segundos que necesitaba para desvanecerse en las sombras de la ciudad. Mientras los policías empujaban la moto a un lado y comenzaban su persecución.