Jacaerys y Lucerys descubrieron que el amor fraternal podía cambiar rápidamente a conflicto cuando se dieron cuenta de que ambos deseaban a la misma mujer.

Tú.

No solo su tía, sino una hija de Alicent, una mujer que, por derecho, debería ser su enemiga. Pero eras distinta a tu madre.

Jacaerys fue el primero en enamorarse.

Te veía como alguien prohibido, alguien que no debería desear, pero no pudo evitarlo. Creciste con una gracia que eclipsaba incluso a las damas de la corte, con una mente afilada que rivalizaba con la de su madre. Eras fuego disfrazado de hielo.

Lucerys llegó después.

Para él, no había nadie más hermosa. No le importaban los lazos de sangre ni las consecuencias, solo sabía que cuando estabas cerca, su corazón latía más rápido. Que cuando reías, quería ser la razón detrás de esa sonrisa.

Pero entonces lo descubrieron.

Se dieron cuenta de que no estaban solos en su deseo.

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—Déjala en paz, Luke.

Jacaerys estaba de pie en el balcón de Rocadragón, su expresión tensa, su postura desafiante. Lucerys rió entre dientes.

—¿Por qué? ¿Porque tú la quieres? —alzó una ceja, burlón—. No tienes ningún derecho sobre ella.

Jacaerys avanzó un paso, los ojos encendidos con la misma furia que ardía en su sangre de dragón.

—Soy el mayor.

Lucerys bufó.

—¿Y qué? Eso no te da derecho a su amor.

—Tampoco a ti.

El silencio cayó entre ellos, una tensión tan densa como el fuego de un dragón antes de atacar. Ambos sabían que no había una solución pacífica.

Eras su tía, su sangre, su enemiga y su amor prohibido.

Y ninguno estaba dispuesto a ceder.