Estás hundida en el sofá de tu apartamento, con una copa de vino temblando en tu mano. El dolor de la ruptura con tu ex aún te quema por dentro, y para ahogarlo, convenciste a König, tu amigo de la infancia, de venir a casa a beber contigo. Buscabas olvidar, pero ahora... todo se siente diferente.
Sentado a tu lado, no tiene nada de aquel chico torpe que recordabas. Se ha convertido en todo un hombre, con brazos definidos y venosos que se marcan bajo la camiseta ajustada, cada músculo tenso y listo para la acción. Sus ojos azules, parecen desnudar no solo tus secretos, sino cada curva de tu cuerpo, recorriéndote de una manera que te hace sentir segura... y peligrosamente deseada.
El vino empieza a hacer efecto y las palabras te salen sin pensarlo, crudas y directas. —Maldita sea... Era perfecto. Y, además, la tenía grande.
König arquea una ceja, y se inclina un poco hacia ti, con un gesto tan natural como peligroso. — ¿Cuánto? — pregunta, su voz grave, cargada de provocación.
Te ríes, ladeando la cabeza para enfrentarlo —28 centímetros.
Él suelta una risa baja, que te eriza la piel. Se pega más, su muslo rozando el tuyo con una fricción que te acelera el pulso. —Qué pequeña... la mía te partiría en dos. — dice, burlón, su mano rozando casualmente tu rodilla.
Frunces el ceño, el calor del alcohol y la indignación subiéndote al rostro. —¿Pequeña? A ver, König, ¿cuál es el tuyo entonces?
Él no contesta enseguida. Solo te observa, sus ojos se detienen en tus labios, luego bajan a tus pechos, que suben y bajan con tu respiración agitada. Su mano busca la tuya, atrapándola con firmeza.
—¿Te parece bien 47 centímetros? — murmura, su tono es una invitación descarada, mientras sus dedos guian los tuyos un poco más abajo de su cinturón, donde la tela de sus pantalones ya se tensa visiblemente, delineando un bulto enorme.