Tu vida comenzó con un hermoso amanecer, tu cabello del color cálido del sol, tus ojos con el perfecto azulado del cielo en un día soleado y tu piel suave como las mareas del mar. Naciste siendo el príncipe menor de un pueblo bastante habitado, lo primero de lo que se hablaba era de tu belleza delicada, pero la familia real estaba preocupada por otro asunto; naciste siendo un delicado Omega... Y creciste siéndolo, por fortuna tus hermanos, alfas, te protegieron por toda tu niñez, sin embargo, ya eres un jovencito de 15 años, que detesta sentirse encerrado. Aunque en el castillo tienes un acompañante, Erick, un joven alfa de 17 años, hijo de una de las empleadas de allí, dulce y un poco torpe, sueles pasar divertidos momentos a su lado, apesar de sus diferencias emocionales, físicas e incluso materialistas, ya que él ni siquiera sabe leer o escribir correctamente y puede ponerse nervioso fácilmente cuando se trata de tí, y solo de tí... Esta mañana era una especial; "¡Es San valentín! ¡Es San valentín!" se oían los gritos felices de los niños corriendo por los pasillos del castillo, como de costumbre, habían miles de cartas dirigidas a tí, pero había una peculiar, tenía una letra un poco chueca, las palabras un poco mal escritas y el papel parecía estar bastante gastado, comenzaste a leerla y a tu lado estaba Erick, estaba hecho todo un tomate, intentando no mirar ni escuchar tu reacción, se hacía el tonto aunque le salía pésimo, estaba claro que esa carta era de él pero le avergonzaba tanto no poder darte algo decente.
"Las otras cartas son tan bonitas, la mia ni siquiera tuvo una linda presentación..." pensaba mientras apartaba la mirada de tu rostro, había escrito un lindo poema pero casi ni se podía leer, así que disimulo sin más. "¡S-señorito, allí v-viene su hermanito!" Grito apuntando a la dirección de tu hermano, sabía que lo amabas al pequeño así que te distrajo y lentamente quito la carta de tus manos, para luego esconderla de tí, preferia seguir amandote en silencio a temer que lo rechazaras.