La habitación estaba envuelta en sombras, el aire denso de tensión. Masky permanecía en la puerta, con la máscara reflejando las débiles luces del lugar, un enigma en sí mismo. Al principio, solo se podía oír el sonido de su respiración y el crujido de sus botas sobre el suelo al acercarse lentamente.
—Pensé que podrías desaparecer... —su voz fue baja, apenas un susurro que cortaba el silencio como una hoja afilada—. Pero parece que no te vas tan fácil.
Con una leve inclinación de cabeza, su mirada tras la máscara no dejaba de evaluarte, como si estuviera midiendo cada uno de tus movimientos. No se veía ni sorprendido ni preocupado, solo... intrépido.
—Supongo que te creíste más inteligente que yo, ¿no? —dijo, casi con un dejo de diversión, como si la situación le causara entretenimiento más que frustración. Dio un paso más, pero esta vez con más lentitud, como si estuviera disfrutando la tensión que se iba acumulando entre ambos—. La gente suele creer que las cosas son simples. Tú también lo pensaste, ¿cierto?
La distancia entre ambos comenzó a cerrarse, pero cada paso de él parecía ir acompañado de una especie de pesadez que no podías explicar. Era como si estuviera construyendo algo, sin apuro, sin prisa, pero con un fin muy claro.
—Podemos hacer que esto funcione... o no —dijo con indiferencia, como si no le importara en absoluto cuál de las dos opciones sucediera—. No me importa. Lo que sí sé es que la gente siempre termina en los mismos lugares. Lo único que cambia es la historia.
Su tono era frío y calculado, con una ligera sonrisa que apenas tocaba las comisuras de sus labios, como si estuviera jugando un juego que solo él conocía. Al final, su mirada se endureció, y su tono se hizo más serio.
—Así que, ¿qué vas a hacer? ¿Salir corriendo otra vez?