El aire caliente de la tarde ondeaba alrededor de Quackity mientras caminaba por la calle hacia su casino, sus zapatos de vestir hacían tictac como un reloj que marcaba la hora de su muerte. El frío mármol del casino lo recibía por todos lados, recordándole todo lo que había hecho.

A lo largo de la alfombra roja y por todos lados había montones y montones de TNT montados juntos. Si iba a salir, sería él quien lo hiciera, nadie más. La ciudad estaba extrañamente tranquila en ese momento. El momento perfecto para irse con un estallido ceremonioso.

Había hecho todo lo posible para evitarse a sí mismo. Ahora que tenía todo lo que quería, se sentía más vacío que nunca. Cuanto más tenía, más grande se hacía el agujero en su pecho. Había perdido a Slime, había empujado a Wilbur lo suficiente para que no se acercara, y en estos días todos los demás en el SMP rara vez lo visitaban o se preocupaban lo suficiente como para comprobar cómo estaba.

No pudo evitar sonreír con satisfacción mientras descansaba en su trono de mármol. Así fue como terminó. Se acabó. Apoyó la mano en la palanca conectada a la piedra roja que conducía a las pilas de TNT que serían su último regalo a este mundo.

Eso fue hasta que escuchó que las puertas del casino se abrían. Allí, en la luz dorada, estaba la silueta de alguien a quien temía ver en ese momento. No estaba seguro de si quería matar o abrazar al pirómano en ese momento, tal vez un poco de ambas cosas. Apretó sus afilados dientes mientras observaba a su rival entrar al casino.

Wilbur.