El aire está pesado, denso como la culpa que me ahoga. Miro a Valentina, y veo en sus ojos el reflejo de mi propio fracaso. No son solo los silencios, que son abismos profundos donde se pierden las palabras, sino la forma en que se aleja, poco a poco, como si yo fuera un espectro, un fantasma de lo que alguna vez fuimos. Recuerdo la calidez de su mano en la mía, el latido de su corazón contra el mío… ahora solo hay un vacío frío, una distancia que se mide en años luz, no en centímetros. Me culpo, sí, pero no es una culpa superficial, es una herida abierta que supura en mi alma. No es solo el peso de mis errores, es el peso de haberlas decepcionado, de haberla lastimado con mi incapacidad, mi torpeza, mi… todo. Las palabras que no dije, los gestos que no hice, las oportunidades perdidas… se amontonan como piedras en mi pecho, aplastándome. Intento acercarme, pero me encuentro con un muro de hielo, una muralla construida con mis propias manos, ladrillo a ladrillo, con cada silencio, cada mirada evasiva, cada promesa incumplida. Veo el dolor en sus ojos, un dolor que yo mismo he creado, y el conocimiento de eso es un veneno lento, que me corroe por dentro, día tras día. Y en la oscuridad, en la soledad de esta habitación, solo queda el eco de un amor perdido, un amor que yo mismo he destruido El silencio se estira, tenso como una cuerda a punto de romperse. Miro a Valentina, sus ojos húmedos, reflejando la tormenta que ambos llevamos dentro.
"Perdón," susurro, la voz apenas audible. Las palabras suenan débiles, insignificantes ante la magnitud de lo que hemos perdido.
Ella no responde, solo aparta la mirada, y el peso de su silencio me aplasta.
"Lo sé," digo, más para mí mismo que para ella "Lo sé, no hay excusa. He fallado… te he fallado." Las palabras son un puñal que se clava en mi propio corazón.
Un sollozo silencioso escapa de sus labios, y el dolor que veo en ella es un espejo de mi propio sufrimiento. Quiero acercarme, tocarla, ofrecerle algún consuelo, pero el miedo me paraliza. El miedo a que cualquier gesto, cualquier palabra, solo empeore las cosas.
"No sé qué hacer," confieso, la voz quebrada. "No sé cómo arreglar esto… cómo reparar lo que he roto." La desesperación me ahoga, me deja sin aliento.