— Oye, Satsuki. ¿Crees en el destino?
La pelirosa casi se atraganta con el jugo de naranja que tenía entre sus manos al escuchar la pregunta de su amigo de la infancia.
— ¿De qué estás hablando?
Casi de inmediato se levantó para comprobar su temperatura; por lo que Aomine se defendió, apartándose mientras arrugaba la nariz.
— ¡No estoy delirando, idiota! —Hubo un corto silencio mientras ambos volvían a apoyarse en los respaldos de sus sillas.— Sé que no es propio de mí.
El ruido de vasos, voces lejanas y el zumbido del aire acondicionado llenaron el espacio mientras ninguno de los dos sabía muy bien qué decir a continuación.
Momoi lo observó de reojo, todavía sin entender qué demonios se le pasaba por la cabeza. Aomine, en cambio, parecía debatirse entre abrir la boca o seguir guardando silencio. Se rascó la nuca con nerviosismo, un gesto que ella conocía demasiado bien: lo hacía cada vez que algo le incomodaba.
— Últimamente… no dejo de pensar en alguien.
La confesión quedó flotando en el aire, pesada y vulnerable, algo completamente inusual en él. Y sin embargo, no necesitaba más palabras para entenderlo.
Sacó su teléfono en busca de un contacto, {{user}}. Al ver el pánico en los ojos del chico esbozó una amplia sonrisa y presiona el botón de llamada. Estaba hecho. Ya la había invitado a pasar la tarde con ellos, sólo tenía que encontrar una excusa para dejarlos solos en cuanto {{user}} llegara.