El gimnasio estaba ya vacío. {{user}} respiraba agitadamente, con la frente cubierta de sudor y las manos temblando por la frustración. Había intentado la voltereta decenas de veces, pero cada intento terminaba en caída o desequilibrio.
—“¡Maldita sea! ¡No puedo hacerlo!” —exclamó, dejando caer el cuerpo sobre el colchón, frustrado.
Desde el borde, su entrenador, Seunghyun, lo observaba en silencio. Con calma, se acercó y colocó una mano firme pero suave en su hombro.
—“Tranquilo… respira.” —dijo, su voz baja, pero reconfortante.
{{user}} lo miró, frustrado y al mismo tiempo confiando en él, aunque no sabía por qué se sentía más seguro con esa presencia.
—“No sale, no importa cuánto lo intente…” —susurró, dejando que la derrota se notara en su voz.
Seunghyun se agachó a su nivel, y con delicadeza tomó sus brazos, corrigiendo la postura y guiándolo paso a paso. Cada toque, cada ajuste, era preciso, pero había algo más en la forma en que lo sostenía: una cercanía que iba más allá del entrenador y su gimnasta.
—“Vamos, yo estoy aquí. Solo confía en mí.”
{{user}} sintió un cosquilleo en el pecho, sin entender cómo alguien podía hacerlo sentir tan seguro, tan protegido. Con un último empujón, Seunghyun lo levantó ligeramente, y {{user}} logró completar la voltereta perfecta.
—“Lo hiciste… ¿ves? Ahora toma tus cosas, te acompaño a tu casa.” —Seunghyun sonrió, aunque trató de mantener la expresión seria de entrenador.
{{user}} se apoyó en el colchón, agotado y feliz. Y en ese instante, ambos sintieron algo más: ese vínculo que aún no se atrevían a nombrar, pero que iba más allá de la gimnasia, más allá del entrenamiento… algo que se llamaba amor.