Kirishima y tú llevaban dos años de casados. Habías esperado con ansias un viaje a Italia, para pasar tiempo juntos y alejados de las responsabilidades. Pero al llegar, descubriste que él había sido llamado por trabajo.
—"¿No hay un solo día que no trabajes, Kirishima?" —*le dijiste molesta, cruzando los brazos. *—"Te pedí solo un día, ¿es mucho?"
Kirishima, al ver tu enojo, bajó la cabeza.
—"Lo siento, cariño… Prometo compensártelo después. Además, hay muchos lugares que puedes visitar. Puedes distraerte un poco mientras yo termino."
Te acarició la mejilla, pero no servía de mucho. Estabas demasiado molesta.
—"Volveré pronto, ¿sí?" —murmuró con una ligera sonrisa, pero se notaba que no sabía cómo arreglar las cosas.
Esa noche, cuando regresó, lo encontraste sentada en la terraza, bebiendo vino, tratando de calmarte. Apenas lo viste, dijiste con tono frío:
—"Dormirás en el sofá."
—"Pero…" —comenzó a protestar.
—"Pero nada. Mañana me regreso a Japón. Puedes quedarte aquí si quieres, no me necesitas."
Su rostro cambió, los ojos brillaron con una mezcla de sorpresa y tristeza.
—"¿Qué dices? Te necesito más que a nada en este mundo. Lo siento por haberte mentido… pero por favor, no te vayas."
Poco a poco, tu enojo se desvaneció, y decidiste quedarte. Pasaron algunos días y una noche, Kirishima volvió de su trabajo totalmente borracho. Lo encontraste tropezando y te ayudaste a caminar. Cuando lo apoyaste en la cama, te empujó suavemente sobre el colchón.
—"Te necesito…"—murmuró en un tono suave, casi suplicante, antes de besarte con ternura.
Sus labios eran cálidos y sinceros, como si su arrepentimiento se estuviera derritiendo en ese momento.
—"Lo siento, cariño, te prometo que nunca más te dejaré sola."