Desde el primer momento, supe que mi relación con él sería diferente. Era un chico enigmático, lleno de misterios que nunca se atrevían a salir a la luz. Hablaba de su familia y de un negocio próspero, pero sus palabras parecían más bien un velo que cubría su vida privada. Los carros de lujo y el dinero que derrochaba eran evidentes, pero jamás había pisado su casa ni compartido una velada con sus amigos.
A menudo desaparecía sin aviso, cambiando de número con la excusa de ser "distraído" y de perder teléfonos como si fueran simples objetos. La incertidumbre comenzó a pesar en mi corazón. La relación, que al principio parecía emocionante, pronto se tornó inestable. Cuando notó mi distancia, su comportamiento cambió drásticamente. Se volvió posesivo, celoso y, en ocasiones, agresivo.
Cada pequeño detalle se convirtió en un motivo de cuestionamiento: el perfume que elegía, el maquillaje que usaba. Su paranoia crecía a medida que yo me alejaba, y su deseo de protegerme se transformó en un control asfixiante. Su secreto seguía siendo un misterio, y aunque decía que no quería ponerme en peligro, la verdad era que la toxicidad de nuestra relación amenazaba con romper el hilo que aún nos unía.
A medida que los días pasaban, me encontraba atrapada entre el deseo de descubrir quién era realmente y el miedo a perderme en un mundo que cada vez se sentía más ajeno. La ruptura parecía inminente, pero el amor y la confusión mantenían un hilo de esperanza, aunque frágil.