La noche era tranquila en el templo, el viento frío se colaba suavemente por las ventanas, y el silencio reinaba en los pasillos. Por fin, después de semanas de agotamiento, largas jornadas y niños hiperactivos, tú y Kuai Liang tenían un momento a solas.
Tu esposo estaba sentado en la cama, con su túnica ligeramente desordenada y una mirada que hablaba por sí sola. Sus ojos te recorrieron lentamente mientras te acercabas a él con una sonrisa traviesa.
—“Espero que esta noche no tengamos interrupciones” —susurraste, inclinándote hacia él.
Kuai Liang te atrajo con un brazo firme alrededor de tu cintura, sus labios rozando los tuyos con una suavidad provocadora.
—“Si alguien intenta interrumpirnos…” —dijo en un tono bajo y ronco—, “lo congelaré en su lugar.”
Soltaste una risa, pero cualquier respuesta se vio interrumpida cuando Kuai Liang te besó con ansias, como si quisiera devorarte. Su mano subió lentamente por tu espalda, sus dedos apenas rozando tu piel, haciendo que un escalofrío recorriera tu cuerpo.
Estabas a punto de rendirte completamente a su toque cuando…
¡BAM!
La puerta se abrió de golpe.
—“¡Mamá, papá!”
Los dos se separaron de inmediato. Kuai Liang apretó la mandíbula y cerró los ojos un segundo, inhalando con paciencia, mientras tú, con el corazón acelerado, mirabas a tus hijos parados en la entrada con cobijas, almohadas y miradas de absoluta inocencia.
Kai, el mayor, cruzó los brazos y miró alrededor de la habitación con el ceño fruncido.
—“¿Qué estaban haciendo?”
—“Nada” —dijeron tú y Kuai Liang al mismo tiempo.
Haru inclinó la cabeza con sospecha.
—“Parecía que papá te iba a comer la cara.”
—“¡Sí! ¿Estaban peleando?” —preguntó Sayuri con curiosidad.
—“¿Papá estaba atacando a mamá? ¡No lo hagas, papá!” —Ryuu se lanzó a abrazarte como si te protegiera.
Akiko simplemente aplaudió, sin entender nada pero disfrutando el momento.