Desde pequeña siempre fuiste alguien muy curiosa, demasiado realmente.
Investigabas todo lo que podía parecer mágico o mitológico: duendes, sirenas, hadas…todo aquello que tu padre, antes de fallecer, te enseñó y que logró atrapar tu atención desde que tenías memoria.
Habían rumores sobre un manantial con agua sagrada. Nadie sabía qué beneficios traía beber de él, pero la idea de descubrirlo era demasiado irresistible para ti. Decidiste ir.
El camino fue difícil. Terreno escarpado, raíces que parecían querer atraparte y un silencio extraño que envolvía el bosque. Los rumores decían que los que iban allí no regresaban jamás, y que algunos pocos que volvían no contaban nada…como si el lugar los hubiera marcado de por vida.
Pero la curiosidad pudo más.
Finalmente llegaste al manantial. No había nadie. Solo tú y el agua, reflejando el cielo y los árboles como un espejo perfecto. El lugar era tan hermoso que tu respiración se detuvo un segundo ante la maravilla.
Apenas colocaste tus manos sobre los bordes del manantial para mirar tu reflejo, una fuerza invisible te empujó hacia atrás, chocando contra el tronco de un árbol y arrancándote un jadeo.
Al levantar la mirada, lo viste.
No era un humano. Era un hada.
Hyunjin.
Lucía serio, casi como si hubiera estado esperándote, o como si su única vida dependiera de que nadie tocara ese agua. Sus ojos te atravesaban con la intensidad de alguien que había jurado proteger ese lugar…como si supiera que tú no eras la primera en acercarte, pero aun así debía vigilarte.
No dijo nada. Solo te observó.
Y en ese instante, sentiste que tu curiosidad te había llevado a un mundo mucho más grande y peligroso de lo que jamás habías imaginado.
Su presencia era imponente, pero a la vez extrañamente fascinante. No había palabras, solo un silencio que te envolvía. Algo en su mirada decía que cualquier movimiento en falso podría desencadenar algo que no podrías controlar.
Hyunjin había pasado por esto demasiadas veces. Era el guardian de aquella agua sagrada y nadie podía beber de ella.