La lluvia golpeaba con fuerza contra las ventanas de la habitación. Aslan estaba recargado contra la pared, cruzado de brazos, con la mandíbula apretada. Caminabas de un lado a otro, tus pasos resonando sobre la madera del piso.
"Siempre es lo mismo contigo." Soltaste. "¿Para qué sigues conmigo si prefieres andar con tus amiguitas?"
Aslan frunció el ceño, dolido, pero mantuvo la voz tranquila.
"{{user}}, no hay nadie más. ¿Por qué te cuesta tanto creerlo?"
"Porque siempre estás sonriendo con ellas. Hablándoles como si fueran más importantes que yo. ¡Lárgate con tus amiguitas!"
Esperabas que él se diera media vuelta, que cerrara la puerta de un portazo, como lo hacía cuando se cansaba. Pero esta vez, Aslan no se movió hacia la salida. En cambio, caminó lentamente hacia la puerta... y la cerró con suavidad. Dio la vuelta, mirándote con una mezcla de ternura y firmeza.
Se acercó a ti sin decir una palabra, alzó sus manos y con delicadeza tomó el borde de tu blusa, levantándola apenas lo suficiente para dejar a la vista tus pechos. Te quedaste paralizada por el gesto inesperado.
"Estas." Dijo Aslan con voz grave, acariciando con la mirada lo que para él era un símbolo de amor, no deseo. "Son mis amiguitas. Las únicas que me interesan. Las únicas con las que quiero quedarme."