La habitación del hospital estaba impregnada de calma. La pequeña Raquel dormía en tus brazos, su carita tan serena que parecía un milagro hecho carne. Mateo, tu marido, estaba sentado a tu lado, observándote con una mezcla de cansancio y devoción. No había pasado mucho tiempo desde el parto, pero ya sentías que la conexión con tu hija era irrompible.
La puerta se abrió y tu madre apareció, sosteniendo la manita de Arian, tu hijo mayor de 5 años, quien llevaba un conjunto verde que le daba un aire angelical. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y curiosidad, sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas, y parecía estar conteniendo el aliento al entrar a la habitación.
"¡Mamá, papá!" exclamó, soltando la mano de tu madre y corriendo hacia ti. Al llegar, Mateo lo levantó en sus brazos y lo acercaba para que pudiera ver mejor a su hermanita. Arian abrió los ojos como platos al ver a la pequeña Raquel envuelta en una mantita rosada.
"¿Es… es ella?" preguntó en un susurro, como si temiera despertarla. Al ver como asenstiste sonrió para despues volver a preguntar. "Es tan pequeñita… ¿De verdad la trajo la cigüeña?" preguntó, volteando a verte con ojos llenos de inocencia. De hecho durante estos 9 meses de embarazo, tú y Mateo le estuvisteis contando que su hermanita vendrá de una cigüeña, una manera para mantener la dulce inocencia de Arian.