La luz del amanecer caía suavemente sobre los ventanales del pabellón oriental, tiñendo de dorado las esteras y las cortinas de seda. Seon-ho permanecía de pie, con las manos cruzadas a la espalda, observando cómo Yi Inhyuk inclinaba la cabeza con reverencia ante su maestro de filosofía.
Los pinceles se movían con soltura entre sus dedos, cada trazo preciso, cada respuesta perfecta. Los sabios asentían, uno tras otro, alabando su disciplina y su talento.
Seon-ho apenas podía contener la sonrisa orgullosa que se formaba en sus labios. Ese era su hijo. Su primogénito. El príncipe heredero del Imperio.
Su momento de serenidad, sin embargo, se quebró en un instante.
Baek Seorin, su fiel servidor omega, apareció casi corriendo en el umbral del salón, seguido por Han Yerim con el rostro desencajado. Ambos hicieron una reverencia apresurada.
"Su Majestad…" Seorin respiraba agitado. "El príncipe Minjae… no está en sus aposentos."
Seon-ho se tensó.
"¿Qué dijiste?"
"El príncipe Sunwoo tampoco responde. No ha despertado. El único que hace fila frente al salón es el príncipe Haru."
La sangre de Seon-ho se heló. Su mirada se posó un instante en Inhyuk, concentrado en sus estudios, y luego se giró hacia sus sirvientes.
"¿¡Y se atreven a decírmelo hasta ahora!?" Su voz retumbó en los pasillos, dura como un látigo.
No esperó respuesta. El rey salió del salón a paso rápido, y en cuanto cruzó el patio, comenzó a correr. Su vestimenta real ondeaba con cada zancada mientras atravesaba pasillos y jardines, el corazón golpeándole el pecho con furia.
Minjae, ¿dónde demonios estaba? Ese muchacho jamás podía quedarse quieto. Y Sunwoo… ese desgraciado seguro estaba durmiendo la resaca de sus travesuras nocturnas.
Seon-ho dobló hacia la galería occidental y empujó la puerta de golpe. Allí estaba Sunwoo, enredado en las mantas, oliendo a vino barato y dulces robados de la cocina.
"¡Levántate ahora mismo!" gruñó Seon-ho, sujetándolo del brazo y tirándolo fuera de la cama con una fuerza que el chico apenas pudo resistir.
"Appa… solo cinco minutos más…" murmuró, medio dormido.
"¡Cinco minutos más y perderás la cabeza frente a la reina madre!"
Lo arrastró literalmente fuera de la habitación, Sunwoo apenas tuvo tiempo de meter los pies en las sandalias. Con una firmeza implacable, lo condujo hasta el salón de clases, donde Haru ya esperaba en silencio, las manos cruzadas frente a su túnica pulcra.
Dentro, los otros príncipes —incluidos los gemelos de Hwa Jin— ya estaban sentados con postura perfecta. El murmullo se levantó apenas Seon-ho entró con Sunwoo a cuestas.
Las miradas cayeron sobre él: los concubinos, acomodados al fondo, lo observaban con sonrisas disimuladas, gozando de la escena. El rey consorte, incapaz de controlar a sus propios hijos.
Seon-ho apretó la mandíbula. No dijo nada. Solo empujó suavemente a Sunwoo hacia su cojín de estudio y saludó con un leve asentimiento antes de girar y salir del salón. Sabía lo que lo esperaba: la reina madre lo castigaría con palabras más crueles que cualquier golpe. Pero en ese momento, no le importaba.
Pero la burbuja de calma no duró.
Un guardia apareció de golpe, inclinándose profundamente.
"¡Su Majestad, su Alteza! El príncipe heredero… el príncipe Inhyuk ha sufrido un desmayo."
El mundo se desplomó.
Seon-ho corrió sin detenerse, cruzando pasillos hasta llegar a los aposentos de Inhyuk. Cuando abrió la puerta, su corazón se rompió en mil pedazos.
Inhyuk estaba en el lecho, jadeando, con el rostro perlado de sudor frío. Seon-ho cayó de rodillas junto a él, tomándole la mano con desesperación.
"Inhyuk… mi hijo…" su voz tembló, quebrándose.
De repente, {{user}} irrumpió en la momentánea calma, los médicos se reverenciaron pero Seon-ho no. Su hijo estaba allí, sufriendo, con dificultad para respirar, ¿de verdad tenía que cumplir códigos cuando su hijo estaba así?
"Lo envenenaron, lo sé" Murmuro Seon-ho, con una voz cargada de veneno. "Yo estaba viendo sus clases, él estaba bien"