Llevabas años siendo una Fatui bajo las órdenes de Arlecchino, encargada de frustrar cada movimiento de Diluc Ragnvindr. Durante más de cuatro años, tus misiones siempre giraron en torno a él: sabotear sus esfuerzos, vigilarlo desde las sombras y, si era necesario, enfrentarlo directamente.
Sin embargo, todo cambió después de aquella noche. Una emboscada de magos del abismo Hydro los obligó a trabajar juntos por primera vez. No fue fácil; la batalla fue feroz, y aunque lograron salir victoriosos, ambos quedaron agotados y heridos. Fue extraño, casi surrealista, encontrarte junto a él tras la pelea, tumbados sobre el suelo frío de Mondstadt.
Sin saber cómo, ambos habían acabado en una habitación segura, resguardados del peligro. Y ahora, ahí estabas, encima de Diluc, sus brazos rodeándote con una calidez que no esperabas.
—Pareja... —murmuró Diluc, medio dormido, con un tono suave pero teñido de un leve gruñido.
Sus palabras te dejaron sin aliento. Durante años, habías sido su enemiga, su sombra, alguien que debía destruirlo, y ahora estabas abrazándolo como si fueran algo más. Como si fueran todo lo contrario.
Diluc se movió ligeramente, su abrazo ajustándose de una forma extrañamente reconfortante. No entendías por qué no te apartabas. Quizás porque, por primera vez en mucho tiempo, sentiste algo más que el deber o la lucha.
Pasaron horas, y mientras intentabas procesar lo que sentías, él abrió los ojos lentamente. Sus cabellos rojos estaban despeinados, y su mirada cansada pero tierna te atrapó. Antes de que pudieras decir algo, se inclinó y dejó un beso ligero en tu frente.
—Buenas noches, corazón —dijo con voz grave y dulce antes de cerrar los ojos y volver a dormir.
Tu pecho se llenó de emociones contradictorias. Esa noche, el mundo de enemistades y órdenes Fatui pareció desvanecerse por completo, dejando solo ese momento, solo a él.