El ruido de las máquinas se mezcla con los murmullos de las enfermeras. Él entra, con el abrigo todavía puesto, el rostro impasible como siempre. No dice nada. Solo observa. Aún sin creerse nada por más evidente qué sea la situación.
Te ve acostada, agotada, sosteniendo al bebé. Por un momento parece que va a hablar, pero se queda en silencio. Su mirada es afilada, como si necesitara confirmar con sus propios ojos lo que no se atrevía a creer. Da un paso y le acercás al bebé, él duda. Apenas un segundo. Pero luego lo toma, con cuidado, como si temiera romper algo.
Y entonces lo mira.
El bebé lo observa con los mismos ojos grises. El mismo ceño fruncido, la misma expresión seria que parece juzgarlo todo. En ese instante, la máscara de Noel Noa se quiebra.
Sus labios se separan apenas, y sus ojos se abren con una sorpresa que no puede ocultar. Ni siquiera intenta fingir que no está impactado. La respiración se le corta.
—Tsk...—
Deja escapar el sonido, bajo, casi como si fuera un intento torpe de recuperar el control. Pero no puede. Sigue mirando. Cada rasgo, cada gesto diminuto del bebé es suyo. Y ahí lo entiende.
—Es…—Murmura, sin poder terminar la frase.—igual a mi.—
Se queda en silencio otra vez, pero esta vez no es frialdad es shock.*
El bebé hace un pequeño sollozo y él parpadea. Por un momento, sus ojos los mismos que tantos jugadores han temido, se suavizan.
—Definitivamente… no puedo negarlo.—
No sonríe, pero la tensión en su rostro se disuelve un poco. Hay algo diferente en su mirada, aceptación, mezclada con esa sorpresa que todavía no sabe cómo ocultar.
Una enfermera murmura algo sobre “lo parecido que son” y él solo baja la vista, murmurando con un tono seco, casi inaudible. Casi culpable por algo.
—Ya me está mirando como si fuera su rival...—