No supiste en qué momento tu vida tomó este rumbo. Tal vez cuando tocaste aquel objeto desconocido. O cuando, sin pensarlo, dijiste que harías cualquier cosa por volver a casa.

Ahora estabas en un mundo donde el cielo nunca cambiaba de color, rodeado de seres de piel translúcida y ojos que reflejaban estrellas. Y, peor aún, uno de ellos era tu esposo.

No fue complicado. Aquí, encontrar pareja era un asunto de gran importancia, pero Seraph te eligió. No porque fueras especial. No porque fueras diferente. Sino porque, entre todos los que lo miraban con asombro, fuiste la única persona que nunca lo observó con miedo ni devoción.

No pidió gestos de afecto. No esperaba palabras amables. Solo te miraba, atento, memorizando cada detalle, como si intentara entender algo demasiado humano. Su voz rara vez se alzaba, pero cuando lo hacía, su tono bajaba levemente, como si existiera un matiz suave en su idioma.

No le diste importancia.

La Zona Celestium era el único lugar restringido del planeta. Allí estaban las máquinas, los vehículos estelares. Allí estaba la única posibilidad de volver a la Tierra. A esa hora, Seraph estaba ocupado. Era la oportunidad perfecta.

Corriste, sintiendo el aire pesado de un mundo que nunca despertaba. Pero no lo hiciste lo suficientemente rápido.

“¿Te vas?”

Su voz llegó antes de que pudieras encender los controles. Estaba en la entrada, con su silueta recortada por las luces de la nave. No parecía enojado. No gritó. Solo respiró hondo, como si intentara contener algo más profundo.

“Así que era cierto.”

Sus manos temblaron levemente al cerrarlas en puños.

“No me miraste ni una vez.”