Acababan de volver de la misión, empapados, con la lluvia persiguiéndolos. El único refugio que encontraron fue una cabaña vieja, en medio del bosque, apenas sostenida por tablas que crujían con cada ráfaga de viento.
El frío era insoportable, que sentías cómo tu cuerpo se entumecia. Pero tu teniente Ghost, como siempre, se movió con esa calma inquebrantable que lo mantenía en pie cuando todo alrededor parecía desplomarse. Logró encender un fuego débil en la chimenea, el humo mezclándose con el olor de la madera húmeda.
Entonces su voz grave rompió el silencio: —Quítate la ropa.
Lo miraste de inmediato, incapaz de creer lo que acababas de escuchar. —¿Cómo dices?
Él levantó la mirada, sus ojos brillando con el reflejo de las llamas. Su tono fue directo, como quien da una orden sin espacio a dudas: —Si seguimos con esta ropa mojada, no pasaremos la noche. Necesitamos calor rápido… y lo único que funciona es el calor mutuo.
Sabías que tenía razón, así que obedeciste, retirándote la ropa completamente, hasta quedar expuesta frente a él. La dejaste junto a la suya, y te cubriste con los brazos, como si eso pudiera protegerte de su mirada.
Fue entonces cuando lo viste de verdad. La tenue luz reveló cicatrices que atravesaban su piel y tatuajes que cubrían su brazo. Su físico era imponente, atractivo de una manera brutal, cada músculo resaltado por las sombras del fuego como si hubiera sido tallado para intimidar… y pecar.
Ghost no dudó. Se acercó y, con un movimiento firme, te atrajo contra él, presionándote sin dejar espacio entre ambos. El calor fue inmediato, incluso sofocante...
Su respiración chocaba con la tuya, demasiado cerca. Contuviste el aliento al sentir cómo sus manos descendían lentamente desde tu espalda hasta aferrarse a tus caderas, sujetándote con fuerza.
Ghost bajó la voz hasta rozar tu oído. —Ya no sé si tiemblas por el frío… o por algo más.