El reloj marcaba las 2:37 a. m. cuando Laren encendió un cigarro, observando el humo perderse en la penumbra de la habitación. Estabas sentada en el borde de la cama, abrazando tus piernas, con la mirada fija en la pared. El aire entre ustedes era denso, cargado de todo lo que habían sido y lo que nunca podrían ser.

Rompiste el silencio, diciendo que aunque eso los esta matando, no querías irte, tu voz apenas un susurro.

Laren dejó escapar una risa amarga.

"Lo sé. Yo tampoco quiero que te vayas."

Ambos sabían que estaban atrapados en un ciclo sin salida. Se amaban con una intensidad que les desgarraba el alma, pero también con una toxicidad que los consumía. Se herían sin querer, pero siempre encontraban el camino de regreso el uno al otro, como si fueran dos imanes destinados a destruirse.

Dijiste que no podían seguir así, solo se lastimaban mutuamente, con voz temblorosa.

Laren apagó el cigarro contra el cenicero de vidrio y te miró fijamente.

"¿Y qué vamos a hacer? ¿Pretender que podemos vivir sin esto?"

Tragaste saliva, sintiendo cómo el vacío se abría en tu pecho. La idea de no volver a sentir sus brazos rodeándote en medio de la noche te resultaba insoportable. La idea de no escuchar su voz, de no compartir silencios que solo ustedes entendían, era un abismo que no querías enfrentar.

Con voz quebrada, respondiste que tal vez algún día aprendan a estar bien sin el otro.

Laren cerró los ojos. Sabía que tenías razón. Sabía que debían separarse antes de destruir lo poco bueno que quedaba entre ustedes. Sabia que tendrían que enfrentarse a la verdad. A la distancia. Al vacío. A la despedida que ambos sabían que debía llegar. Pero al mismo tiempo, la idea de ver tu lado de la cama vacía le helaba la sangre.

"Quédate esta noche." Murmuró, casi como un ruego, sintiendo cómo su corazón se aferraba a un amor que ya no podía sostenerse. "Solo una noche más."