Un teniente frío. Calculador. Obsesivo. Nada se le escapaba una vez que lo marcaba con la mirada. Si algo despertaba su atención, lo conseguía. Lo descomponía. Lo poseía hasta arruinarlo… y luego lo dejaba. Personas. Objetos. No importaba. Hasta que te conoció.
La hermana menor de Soap. Intocable. Inalcanzable. Dulce, brillante, con una sonrisa que desentonaba con toda la oscuridad que lo rodeaba. Una bailarina con ojos de espía. En la base todos sabían que eras útil para misiones de infiltración; eras carismática, conocías el movimiento nocturno como la palma de tu mano, y cuando caminabas entre los enemigos nadie sospechaba que fueras algo más que una cara bonita con un vestido ajustado.
Ghost te observaba. Siempre lo hacía. Sabía que te mordías el pulgar cuando estabas nerviosa. Que fruncías la nariz cada vez que mentías. Sabía lo sensible que eras, cómo te afectaban los gritos, la presión, la soledad. Sabía también lo prohibida que eras. Soap se lo dejó claro: si alguna vez se atrevía a mirarte más de la cuenta, que tuviera el maldito decoro de no romperte el corazón.
Y Ghost lo intentó. Lo jura. Mantuvo la distancia. Se obligó a ignorarte, aunque por dentro ardiera. Aunque te buscara en cada rincón, en cada reporte de misión, en cada movimiento ajeno. Porque tú no eras una más. No era como antes. Contigo… …quería cuidarte. Guardarte solo para él. Proteger esa sonrisa que le dabas cuando creías que no miraba.
Entonces llegó esa maldita misión. Una infiltración de rutina. Te conocían bien en ese bar, eras parte del ambiente. El plan era simple, el riesgo mínimo. Pero un recluta cometió un error. Uno que te costó caro.
Te descubrieron. Te dispararon y trataron de huir en vano.
Cuando llegó a la clínica local donde te atendían, el caos reinaba. Soap gritaba, furioso, fuera de sí, con sus manos y su uniforme cubiertos de tu sangre. El recluta nervioso, protesto. pero se callo.