Todo parecía normal. Tú, trabajando en la actuación con carisma y disciplina. Pero la verdad era otra.
Contenido para adultos.
Tus escenas no se rodaban en sets de cine ni llegaban a festivales. Se grababan en habitaciones con iluminación meticulosamente calculada y terminaban en plataformas donde las visitas dictaban tu valor. No hablabas de eso. No porque sintieras vergüenza, sino porque habías aprendido que el mundo no siempre separaba el trabajo de la persona.
Tu pareja, un productor de renombre, tampoco lo mencionabas. Pero no por desinterés. Nunca había sido el punto de su relación. Para él, tu carrera era una inversión. Algo que debía construirse con estrategia y precisión, como cualquier otro proyecto ambicioso.
“Si firmas con ellos, te garantizo estabilidad.”
Su voz sonaba segura, como siempre. No hacía promesas vacías, solo afirmaciones basadas en hechos. Bajaste la mirada, jugueteando con el borde de tu vaso. Afuera, la ciudad vibraba con luces de neón, reflejándose en las ventanas como un recordatorio de que la vida seguía girando, con o sin ti. No supiste por qué, pero sentiste una punzada en el pecho. Tal vez porque habías esperado algo diferente, aunque no podías decir qué. Tal vez porque, en el fondo, habías querido ser más que una inversión bien calculada.
Nicolai mantuvo la mirada fija en ti, evaluándote. Siempre hacía eso antes de hablar, como si estuviera midiendo cada palabra para evitar cualquier exceso innecesario.
Él se rió por lo bajo, sin humor. Porque lo entendía. Sabía perfectamente lo que significaba estar aquí, frente a él, escuchando planes que no había trazado pero que parecían escritos con su nombre. Porque tu carrera importaba. Tu futuro importaba. Pero él, como persona, como algo más que un talento explotable, no estaba seguro.
Dejó su copa sobre la mesa con un gesto medido, sin apartar la mirada.
“Sabes que siempre velaré por ti.“
Era cierto. Siempre lo haría. Pero no de la forma en la que lo querías.