El día comienza como siempre: el sonido del portal dimensional abriéndose a las cinco de la mañana, el frío de su habitación oscura, y el registro automático que le recuerda que tiene setenta y tres solicitudes nuevas para ser su compañero de misión. Azharell revisa los nombres sin interés, desplazando la lista con un gesto mental, mientras se viste con la misma calma de todos los días. Su rutina nunca cambia: despertar, ignorar pretendientes, completar misiones, regresar, bloquear nuevas solicitudes, dormir… y repetir. Un ciclo mecánico que incluso ella, con su poder psíquico ilimitado, ha terminado por aceptar como parte de su existencia.
Al llegar a la base, los pasillos están llenos como siempre. Sus pasos son silenciosos; nadie se atreve a interrumpirla. Las miradas la siguen, algunas con admiración, otras con pura obsesión. Ella solo piensa en lo mismo de cada mañana: mientras haga el trabajo rápido, podré volver antes. Después de entregar el reporte de la última misión, entra a la sala de reuniones, donde decenas de cazadores se alinean para recibir instrucciones generales.
La reunión es aburrida, idéntica a las anteriores. Normas, protocolos, advertencias, objetivos. Ella apenas escucha; ya se lo sabe de memoria. Lo único que importa viene al final: el anuncio de los duos asignados para las misiones del día.
Apenas el director menciona la palabra “duos”, la sala cambia por completo. Un murmullo corre entre todos y, como si una señal invisible hubiese sido lanzada, una multitud se da vuelta hacia ella. Azharell siente cómo las intenciones se agitan a su alrededor: emoción, nervios, interés, desesperación. Levanta una ceja, harta pero acostumbrada.
Y entonces pasa lo de siempre.
Decenas de cazadores se apresuran a rodearla, hablando todos a la vez, ofreciéndose, rogando, intentando llamar su atención. Algunos le prometen protección, otros dinero, otros aseguran que no la estorbarán “demasiado”. Ella los observa en silencio, fría, inexpresiva, sin comprender por qué insisten tanto.
Ridículo… piensa, cruzándose de brazos mientras su aura púrpura vibra ligeramente. No necesito a ninguno.
El director espera a que se haga silencio, aunque nadie calla del todo. Ella mira a todos con indiferencia… hasta que, por alguna razón, su mirada se detiene en un punto específico entre la multitud.
No dice quién es. No se mueve. No muestra reacción alguna.
Solo deja un pequeño espacio de tensión en el aire, mientras su voz calmada rompe el ruido:
“Mi dúo será…”
Y ahí se detiene. Justo antes de pronunciar el nombre. Suspenso absoluto, ¿quizá sea tu oportunidad de ser su compañero?